Vendavales de Pentecostés
Nuestras sociedades están cambiando aceleradamente, tan rápido que nos cuesta seguir el ritmo de los cambios. De hecho, se ha creado una transición increíble entre lo que éramos como sociedad hace solo unas décadas y lo que nos estamos convirtiendo. Las normas y valores que imperaban no hace tanto se han destrozado literalmente a favor de una libertad que preocupa a muchos. ¿Hasta dónde llegaremos en esta emancipación que ocurre por doquier?
En esta frenética carrera hacia el futuro, es importante preguntarnos qué queremos construir o alcanzar como sociedad. Lo que podemos observar actualmente es un llamamiento general a abrirnos al mundo, a salir de nuestros horizontes cerrados, a romper nuestros marcos demasiado estrechos, a plantear los profundos valores de fraternidad, acogida, apertura, que son también los valores del Evangelio.
Este clima y esa necesidad sentida de apertura y liberación no significa la promoción de un mundo sin reglas ni referentes. Ir en esa dirección, evidentemente, nos conduciría hacia el caos y favorecería un desorden insostenible, inevitablemente contraproducente.
Me ha parecido que la palabra de Cristo relatada en el 4º Evangelio puede inspirar la perspectiva justa en la que uno puede situarse como cristiano. Cuando Jesús dice: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6), se revela como Palabra viva y no como ley fija. Quien es nuestra ley, Cristo, se hace presente en nosotros mediante su Espíritu. Por esta presencia, un principio de adaptación y de integración es inherente a nuestra condición de creyentes, de comunidad cristiana, todos llamados a crear un nuevo camino de justicia, paz, amor mutuo. No somos esclavos, sino hombres y mujeres libres. El Espíritu nos hace personas libres desde dentro y ya no personas determinadas solo desde fuera, necesariamente controladas por tradiciones fijas.
Como Israel en Egipto, Dios nos invita a salir y cruzar el mar y el desierto hacia una tierra prometida. Acompaña a su pueblo día y noche y nos invita a construir relaciones justas y saludables entre nosotros y con él. La humildad, la confianza y la audacia son necesarias. El reto es inmenso; esta es una nueva creación a producir. El mundo está abierto y la promesa infinita, de acuerdo con el mismo Dios.
En virtud de esta libertad ofrecida, ya no tendremos miedo a evolucionar; solo tendremos miedo de endurecernos con unas leyes que quizás en el pasado estaban destinadas a protegernos, pero que eventualmente se convierten en obsoletas. Como sociedad, tenemos varios pasos por dar, de manera libre y responsable, y por eso tenemos un guía seguro, Cristo, que es camino de humanización. Si no somos suficientemente maduros para adaptarnos y transformarnos, corremos el riesgo de retroceder y adoptar actitudes extremistas, las mismas que denunciamos en otros lugares.
Tengamos cuidado de no caer en una reacción de vértigo y de miedo que nos hiciera escapar de todo cambio. Recordemos las palabras que el Señor dijo a los discípulos: «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí» (Jn 14, 1). Y de nuevo estas palabras del Apocalipsis: «Voy a hacer nuevas todas las cosas» (Ap 21,5). El Espíritu de Pentecostés sigue soplando, no lo olvidemos y sobre todo, no impidamos que sople.