La fe, entre la certeza y la duda
¿Qué relación tiene la fe con la certeza y la duda? Si alguien afirma que una persona de fe profunda no tiene ninguna duda, sino que está llena de certezas… ¿se puede aceptar como una verdad incuestionable? ¿La duda resquebraja la fe o puede contribuir a fortalecerla? ¿Acaso la fe no bascula entre los dos extremos y en ello reside su razón de ser? En la novela Cónclave de Robert Harris, llevada a la pantalla por el director Edward Berger, se aborda este tema en un momento crucial. Lomeli, como decano de Colegio Cardenalicio, preside la celebración de la misa Pro eligendo Pontifice, que da inicio al cónclave, es decir a la reunión de cardenales que en la capilla Sixtina van a elegir el nuevo Papa. Durante la homilía deja los papeles aparte y habla desde el corazón. Afirma: «Permitidme deciros que el pecado que más he llegado a temer de todos es la certeza. La certeza es el gran enemigo de la unidad. La certeza es el enemigo mortífero de la tolerancia (…) Nuestra fe es una entidad viviente por el preciso motivo de que camina de la mano de la duda. Si sólo conociéramos la certeza y no hubiera lugar para la duda, no existiría el misterio y, por tanto, no necesitaríamos la fe».
Esta visión de la fe como un equilibrio entre certeza y duda no es exclusiva de la ficción, sino que también se encuentra en el pensamiento de figuras religiosas contemporáneas, como el Papa Francisco, que interpreta las dudas del siguiente modo: «Las dudas que tocan la fe, en sentido positivo, son un signo que queremos conocer mejor y más a fondo a Dios, Jesús, y el misterio de su amor hacia nosotros.» Tomáš Halík introduce un matiz muy interesante sobre el contenido de la duda: «La duda que acompaña sanamente a la fe y la hace humilde no es la duda sobre Dios, la duda sobre si existe Dios, sino una duda sobre sí mismo, sobre la medida en la que el creyente entiende correctamente el significado de Dios». Cuando la certeza no dialoga con la duda, deja de ser fe y se convierte en ideología.
Personas de profunda espiritualidad tienen sus momentos de oscuridad. El 1 de mayo de 2017 falleció a los 96 años el monje cisterciense Edmon Maria Garreta i Olivella, abad emérito del monasterio de Poblet y primer prior de Solius. Dos días después, en el funeral, tenía su recordatorio en mis manos donde se recogía una frase de su testamento: «Post tenebras spero lucem» [Después de las tinieblas, espero la luz], que había explicitado con más detalle: «Una vida de oscuridad, de desconcierto delante de los planes de Dios en mí, de sufrimiento interior, pero de deseo de fidelidad a su voluntad, no obstante mis desfallecimientos y pecados; y al mismo tiempo de una gran esperanza de liberación final y de consecución de la luz eterna en la visión de Dios.»
De la misma manera que la paz no es la ausencia del conflicto, sino su superación, la fe no es la ausencia de duda, sino su superación. Las mayores certezas, a menudo, surgen de los fondos más oscuros del corazón. Así, la fe no se opone a la duda, sino que se enriquece con ella, como la luz de las estrellas que solo vemos en la oscuridad. Los místicos saben de las noches oscuras del alma.