Carnaval
La noticia se ha divulgado como pólvora a través de los medios de comunicación: se producirá un gran apagón de internet, aunque parcial, a partir del próximo miércoles. Las redes sociales van a enmudecer. Suspensión del whatsapp y del tuitter, que son condenados a la inactividad. Ni enviar mensajes ni recibirlos. Las plataformas de entretenimiento, con su oferta de películas, series, deportes, dejarán de servir a sus clientes. Internet reducirá su actividad al aspecto laboral. Este apagón no durará solo unas horas o una jornada, sino cuarenta días. Después todo volverá a la normalidad. Ante este panorama, en los días anteriores al próximo miércoles, se prevé una actividad frenética sin precedentes. Un tsunami de mensajes para familiares y amigos. Hacer en tres días lo que serà imposible realizar en los próximos cuarenta. Ebullición al máximo. Riesgo de colapso.
Esta ficción tecnológica permite que la sociedad digital entienda el significado del carnaval como antesala de la cuaresma. Este tiempo dura, tal como indica la palabra, cuarenta días. Tiempo de ayuno y de abstinencia, que invita a la conversión personal a Dios. Austeridad y silencio. Limosna y plegaria. Los días previos, como la práctica va a ser rigurosa, se dedican a disfrutar de los placeres de la vida ante un período de gran severidad que se aproxima. De ahí viene la palabra, que tiene su origen en el término italiano «carnevale» [carnelevare, de carne 'carne' y levare 'quitar']. Período, pues, de abstinencia. El carnaval conserva la lógica de su sentido para las personas que viven la cuaresma. En caso contrario, se convierte en una fiesta de raíz histórica, desprovista de significado, que es asimilada actualmente por el consumo capitalista y se traduce en vistosos desfiles. La vivencia personal se transforma en moda, máscara, apariencia. El toque transgresivo del carnaval se difumina para ajustarse a los cánones imperantes. No hay originalidad, sino imitación y sucedáneo.
La ceniza del miércoles que abre el período cuaresmal invita a pensar en la fugacidad de la vida, en la necesidad de vivir a fondo y de quitarse las máscaras para descubrir el auténtico yo. En vez de esto, creamos personajes ficticios que sirven de escapatoria. Solo quien está dispuesto a perder será capaz de ganar.