Jornada presencial

Una política basada en la esperanza

Dr. Xavier Alonso Calderón
Localització
Menorca

En una de las jornadas que la Diócesis de Menorca organiza anualmente con el ISCREB se contó con la ponencia de Xavier Alonso Calderón, Doctor en política migratoria y miembro de Cristianisme i Justícia. El profesor trató el tema “Populismo y Democracia desde el punto de vista de la Doctrina Social de la Iglesia.” La charla, sin duda, ayudó a los asistentes a tomar consciencia de la importancia de trabajar todos juntos para fortalecer la democracia ante las amenazas populistas que crean crispación, miedo y división por todo el mundo. 

En el inicio del análisis, es necesario que situemos el miedo. Tenemos hoy mucha información sobre las diferentes crisis o cambios que confluyen en el presente, más información que la que podemos digerir sin que nos descentremos. Normalmente, en nuestras vidas, los cambios se producen de forma más gradual y lenta y los digerimos mejor. Psicológicamente no podemos absorber tan rápidamente tantos cambios, cambios que modifican la realidad pero que también afectan a nuestra estabilidad emocional. Reaccionamos, buscamos seguridad, y nos parece que la seguridad nos la da una concepción simplificada de nuestra identidad nacional. Determinada concepción de la Iglesia católica también puede ser “identidad” a la que se puede querer volver. Este es el caldo de cultivo que da paso a la narrativa populista, que no es nada ajena a nosotros, es una forma de esperanza equivocada que emerge de nosotros mismos. Pasamos, sin darnos cuenta, de pluralistas a maniqueos. De hecho, los cristianos estamos advertidos. San Pablo, en las cartas a Timoteo, advierte de doctrinas diabólicas e incorrectas a las que estaremos tentados de acercarnos “buscando a aquellos que nos halaguen los oídos”. “Cuidado con los embaucadores”, dice. Los cambios, intensos, y que nos hacen sufrir en exceso cuando convergen, son sobre todo los tecnológicos, los demográficos, los culturales y las crisis económicas. 

 
La narrativa populista es política: quiere el poder. En las democracias parlamentarias, una vez conseguido el poder, se tratará activamente de laminar el conjunto de instituciones que la conforman. Se intentarán controlar todos los mecanismos de participación y representación y reducirlos, negando o reprimiendo a las minorías que hacen que seamos lo que somos: plurales y complejos, lingüísticamente, ideológicamente, étnicamente. En España, a lo largo de los últimos años, diferentes autores han podido identificar características populistas en Vox, Podemos y en algunos partidos nacionalistas catalanes. Pero podemos encontrar características populistas en todos los partidos, e igualmente cualquier opción política me parece compatible con la experiencia de vivir cristianamente. También, los hay que ven cosas positivas en el populismo, por ejemplo, que ayuda a devolver la política a la calle. “Populismo” viene de “pueblo”. Como resulta que la política se ha ido hacia las instituciones, se ha cosificado, se ha vuelto demasiado profesional, el populismo recupera representación real porque vuelve a estar conectado con la base, con las reivindicaciones sociales. 

Pero la vida – individual y social- no es simple sino cada vez es más compleja. Reducir la complejidad es negar la realidad. Diferentes autores lo afirman y demuestran (Teilhard de Chardin, Ralf Dahrendorf...). Pero el populismo, al deformar la verdad, nos degrada: somos peores votantes, peores ciudadanos, porque antes discerníamos, antes distinguíamos, antes dialogábamos más, antes leíamos fuentes más diversas, ahora no. 

Como cristiano creo que es necesario ofrecer dos perspectivas: ¿Qué debemos hacer, políticamente? y ¿qué debemos hacer con el miedo? En lo tocante a la acción, la Doctrina social de la Iglesia deja claro que la prioridad es la dignidad de la persona y el bien común, y aquí nuestra participación política, al lado del resto de sectores de la sociedad, es imprescindible. Los cristianos recibimos el mandato de sostener la democracia y de mejorarla. Quizás nos sea necesario actuar contra las dictaduras, o contra los excesos del populismo. Nos tocará denunciar, arriesgarnos y, ¡ojo!, porque la denuncia es muy difícil y dura, seguramente la parte más dura. Tanto en democracia como bajo una dictadura, la vida cristiana no siempre es fácil y puede entrar en contradicción. Ciertas decisiones políticas, confrontadas con los valores del Evangelio, pueden llevarnos a situaciones difíciles, no siempre nos podremos adaptar o estar conformes: “No os amoldéis al mundo presente; dejaros transformar y removed vuestro interior” (Romanos, 12, 2). Apelamos también a la humildad, la cual, en este contexto, nos hace ver que las democracias no son perfectas y que los populismos nos pueden aportar también diagnósticos acertados de nuestros propios problemas sociales. Debemos de escuchar también las verdades de los otros. 

Y, finalmente, ¿qué hacer con nuestro miedo, el que da paso a los populismos? Por supuesto, tenemos a nuestro alcance muchos recursos personales: diálogo, psicología, ejercicios espirituales, maduración y conocimiento de uno mismo... Pero añadiría que, sobretodo, tenemos la oración. Que no es solo pedir al Padre, es también escucharlo, es también habituarse al silencio. Y el silencio es también no tanta información indiscriminada. Filtrarla mejor. Leer mejor, leer menos, escuchar mejor. La práctica del silencio sería la puerta a una actividad intelectual y emocional mucho más fina, más conveniente. Y una puerta a la esperanza. Sin silencio, con ruido, la esperanza -también la esperanza política-, se enturbia, no se renueva, no se actualiza.
 

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