Cursos

Sufismo, la alquimia del corazón

Cati Blavi, alumna assistent al curs
Organitzador:
ISCREB, DIM, Abadia de Montserrat

Del día 5 al 7 de julio, se ha realizado en Montserrat el XVII Curso de Formación Interreligiosa, dedicado al Sufismo, de la mano del profesor Halil Bárcena. Este curso está coorganizado por el DIM (Diálogo Interreligioso Monástico) y el ISCREB que, año tras año, facilitan unos días de convivencia y estudio a un grupo de personas interesadas en el conocimiento de las diversas tradiciones religiosas que conviven en la nuestra sociedad.

 

Halil Bárcena ha trabajado, durante muchos años, los textos de la tradición sufí y tenemos publicadas diversas traducciones suyas, sobre todo de maestros como Mawlana Rumí, Ibn Arabi o Mansur Hallag. El dominio de la lengua árabe es primordial para acercarse al núcleo de la tradición sufí, dado que la lengua ha sido sacralizada en el contexto coránico. A menudo relacionamos el sufismo con la danza de los derviches y con su éxtasis tan característico. Lo que hemos podido captar estos días ha sido que el sufismo va mucho más allá; la práctica de la mística sufí requiere un gran esfuerzo.

 

Unas breves notas de lo que hemos escuchado estos días y que nos ayudan a poner palabras a lo que a menudo hemos compartido con las diferentes tradiciones, un lenguaje cercano al cristianismo, sobre todo cuando hace referencia a la mística, a la relación con Dios, lo que acerca el cristianismo a otras cosmovisiones.

 

Destacar la importancia de la escucha dentro del diálogo y reconocer que en el otro hay parte de la verdad. El corazón se convierte en materia susceptible de ser transformada. El sufismo es una tradición del recuerdo, de lo que se guarda en la memoria del corazón, en el centro de la persona. Es importante que la persona dedique la vida a su centro, a su punto de equilibrio.

 

La pérdida y el olvido de vivir la espiritualidad y la religión han provocado una vulgarización del espíritu. Conocer una tradición, la que sea, es labor de toda una vida. El sufismo se define como la búsqueda de un corazón sano (Qalb salim), y el término técnico es Tasawwuf.

 

Los iniciadores en esta tradición saben que empiezan una convivencia con el Misterio, una relación íntima con el Creador. Un sabio sufí es capaz de vivir y alimentarse del Misterio. El sufismo es el corazón del Islam. El corazón no como centro de sentimentalidad, sino como senda de conocimiento y no de sentimiento. Quien conoce a su yo más profundo, conoce a su Creador.

 

En el Islam no se mata al ego, sino que se le conoce. El amor y el conocimiento van juntos en este camino, donde existe un vínculo importante, «a Dios no le podemos amar si no lo conocemos». El conocimiento no es reducción, ni domesticación. Dios no está en las cosas, pero tampoco fuera de ellas.

 

Con palabras de Henry Corbin, el sufismo está por encima de todo el esfuerzo de interiorización de la revelación coránica. Un camino de esfuerzo en el que no todo se consigue con el esfuerzo humano. Un camino iniciático en el que hay unos conocimientos que no se adquieren en las universidades. Una palabra muy bonita y pronunciada por el profesor Halil, "Adab", que significa educación, pero no de formalidad, sino de cortesía espiritual. Una educación que se aprende por contagio, un perfume.

 

Para el sufí, el mundo es el despliegue de teofanías que fundamenta la multiplicidad de las cosas sin comprometer la unicidad del Ser. El maestro sufí ve la huella divina, el rostro de Dios en el rostro del ser humano. La belleza del alma, el perfeccionamiento o la virtud más preciada. Humildad y generosidad, movimientos en acción. El giro circular de los derviches se basa en la sura del Corán donde se nos dice que pongas donde pongas la mirada, ahí está Él. Vivir en la presencia de Dios exige un compromiso con el mundo, un obrar con amor solidario hacia los demás.

 

Y así transcurrieron los tres días intensos del curso de este año, unas sesiones académicas muy bien preparadas por el profesor Bárcena. Una estancia en el monasterio muy acogedora por parte de la comunidad benedictina. Pero también debemos sumar las horas convividas en la mesa de las comidas y en las sesiones de la noche. También, hemos descubierto el sonido del ney, un instrumento hecho de caña que te transporta directamente a tierras lejanas y al mismo tiempo te lleva a lo más profundo del corazón.

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