Semana Santa, Semana Mayor
Es el punto de llegada del largo camino de la Cuaresma, un camino que empezamos el Miércoles de Ceniza con un signo sorprendente, nada habitual: «¡somos ceniza!» Hemos pasado por los cinco domingos que en el ciclo A –el de este año- son especialmente dedicados a preparar la renovación de nuestro Bautismo. Recordémoslos: las Tentaciones de Jesús (Mt 4,1-11) –y la nuestras-; la Transfiguración (Mt 17, 1-9) –nosotros también somos hijos de Dios-; el diálogo con la Samaritana (Jn 4,5-42) –el agua de la vida, la del Bautismo-; la curación del ciego de nacimiento (Jn 9,1-41) –la luz que permite caminar en la vida-; y la resurrección de Lázaro (Jn 11, 1-45) –la vida nueva que ya debemos vivir «ahora»-.
Toda esta dinámica nos lleva al Domingo de Ramos que es el pórtico de la Semana Santa. Jesús entra aclamado como Rey en la ciudad de Jerusalén, la ciudad que lo verá morir: «Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en las alturas.» (Mt 21,9). Nosotros también acompañaremos a Jesús –representado en el celebrante- y entramos con él en el tempo para reconocerlo sinceramente, como aquél que nos lleva al Reino de Dios con su muerte y resurrección.
Hemos entrado en la semana grande que culmina en el Triduo Pascual. El Jueves, Jesús nos dejará la Eucaristía como «memorial» suyo para nuestra vida y, lavando los pies a los discípulos, nos dejará el mandamiento de amarnos los unos a los otros -¡ahora sí!- como Él lo ha hecho (Jn 13,1-15). El Viernes morirá en la cruz (Jn 18,1-19, 42); nosotros no celebramos los sacramentos: escuchamos el relato de la pasión, oramos en la plegaria universal, veneramos la cruz salvadora y comulgamos con la Reserva Eucarística del Jueves.
Llegamos así a la solemne Vigilia Pascual, la celebración más importante de todo el año, la que da sentido a nuestra fe, la que hace que todo sea diferente. Es en la noche – en el alba- cuando se produce el hecho nuevo de la Resurrección de Jesús: «No tengáis miedo, vosotros. Sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí. Ha resucitado tal y como había dicho» (Mt 28,5-6). Encenderemos el Cirio Pascual y escucharemos el anuncio de la Pascua; escucharemos la Historia de la Salvación resumida en las lecturas y cantaremos el Gloria y el Aleluya; renovaremos nuestro Bautismo porque nosotros también hemos pasado con Jesús a una vida nueva; y celebraremos la Eucaristía más importante del año.
¡Jesús ha resucitado; Dios le ha resucitado! Jesús ha sido llevado «más allá», «más allá de todo». Y en el cielo está sentado a la derecha del Padre. Por eso, nos puede enviar su mismo Espíritu, aquel Espíritu que todo lo hace nuevo, aquel del cual Él estaba lleno y le dará una vida nueva. Con este Espíritu, todo puede volver a empezar. Es el Espíritu que da la razón de ser a la Iglesia; de la que es depositaria y que ha de repartir, debe ser el signo visible que, por medio de la visibilidad de los sacramentos que administra, da el Espíritu de Jesús que es el que también a nosotros nos hace ir «más allá de todo»; ¡nos hace nuevos!
Por eso, celebramos, exultantes, que Jesús está a nuestro lado porque también nosotros pasamos más allá en nuestra vida. ¡Aleluya! ¡Es Pascua!