Pascua y sociedad
¿Es posible una pastoral para los no creyentes? En la relación entre la sociedad actual y la fe, podemos observar dos fenómenos aparentemente contradictorios. Por un lado, se constata un notable distanciamiento que se traduce en el desconocimiento y el desinterés general por eventos, ideas y propuestas típicamente cristianas. Por otro lado, se pueden detectar grupos importantes de personas que siguen vinculadas a instituciones (por ejemplo, escuelas) o a tradiciones populares relacionadas con la fe.
Podríamos decir que, a pesar de la consolidación de una clara tendencia laicista, hay espacios y momentos relacionados con la fe que siguen siendo dinámicos y activos. Por ello, puede ser oportuno analizar estas situaciones, ya que pueden representar una oportunidad para la pastoral. Para ello, comencemos observando cómo son recibidos por la sociedad dos grandes eventos del calendario cristiano: la Navidad y la Pascua.
Navidad y Pascua son dos casos paradigmáticos de cómo la sabiduría cristiana puede ser recibida de maneras distintas. El mensaje de la Navidad parece llegar con gran claridad, mientras que el de la Pascua despierta solo respeto o curiosidad. La Navidad podría ser un ejemplo de buena recepción, lo que justificaría un enfoque pastoral basado en la proximidad y la sintonía, ya que la fe y la sociedad comparten ciertos valores. En cambio, la Pascua enfatiza la diferenciación; se trata de un mensaje alejado de los intereses mayoritarios de la sociedad. Esta situación apunta a la necesidad de una pastoral de la diferencia: es necesario distinguir lo que es cristiano de lo que no lo es. La fe implica un salto, una conversión, una decisión de cruzar una frontera.
La popularidad de la Navidad, aunque con algunos aspectos que deben ser analizados críticamente, representa siempre una buena oportunidad pastoral. ¿Qué ocurre pastoralmente con la Pascua? En primer lugar, la Pascua pone de manifiesto que no siempre es viable una pastoral basada en la cercanía. En segundo lugar, cabe preguntarse si centrarse en los aspectos que identifican a los cristianos y los diferencian de los demás es solo relevante para los creyentes. Dicho de otro modo, ¿el mensaje de la Pascua es exclusivo para los cristianos o, sin olvidar la distancia real, puede ser una palabra valiosa para los no creyentes?
Podríamos considerar, por ejemplo, que hay buenas razones para no olvidar el dolor y la muerte en una sociedad que prefiere ocultarlos. O que sería positivo insistir en que la esperanza tiene una fuerza insospechada en una sociedad que a veces se muestra temerosa y conformista.
El reto de compartir la Pascua difícilmente puede plantearse pensando en la sociedad en su conjunto. Inicialmente, parece más viable dirigirnos a personas que se encuentran cercanas en algún sentido. Por ejemplo, aquellas que han decidido no bautizar a sus hijos ni inscribirlos en la catequesis de primera comunión y que se sitúan voluntariamente fuera de la Iglesia, pero que continúan matriculándolos en escuelas cristianas.
No estaría mal desarrollar un marco mental renovado que, además de la pastoral tradicional enfocada al cuidado de quienes ya creen, contemple una pastoral dedicada a los no creyentes. Se trataría de atender y acompañar a las personas, poniendo a su servicio la sabiduría heredada de nuestra tradición. Por supuesto, esto implicaría respetar su negativa a formar parte de la comunidad, pero sin dejar pasar ninguna oportunidad de compartir con ellos nuestra sabiduría en el ámbito educativo, celebrativo y solidario.
Lo que puede sonar extraño podría ser, en realidad, algo que ya estamos haciendo de alguna manera, si estas familias siguen confiando en nosotros.