Las heridas de la desigualdad, heridas de fraternidad
Cuando hace unos meses me pidieron que hiciera un escrito sobre la desigualdad y la pobreza nada hacía pensar que la terminaría encerrada en casa por causa de la pandemia que estamos sufriendo. De repente, todas nuestras certezas se han tambaleado. La vida, tal como lo habíamos concebida en esta parte del mundo desarrollado, ha quedado en suspenso durante muchas semanas por el confinamiento decretado. Y todo hace pensar que nos queda un largo camino por recorrer para poner en marcha el país.
La pandemia del Covidien-19 y lo que muestra
Estos meses, marcados por el confinamiento y el dolor, han sido sin duda momentos propicios para algo tan necesario como la introspección y el conocimiento de uno mismo. También esta situación está siendo como un espejo que deja ver tanto la luz de la solidaridad y la donación de muchos conciudadanos nuestros, como las sombras de la sociedad y el mundo que hemos construido. Para que la pandemia nos está revelando la fragilidad del sistema económico y social que hemos diseñado especialmente en las últimas décadas, un verdadero gigante con pies de barro que, entrando en crisis hace aflorar sus efectos devastadores. Esta crisis del Covidien-19 pone al descubierto las fracturas sociales que padecemos. Dicho de otro modo, si bien la muerte que se ha hecho dramáticamente presente tiene un sentido igualitario al afectar a todos, el confinamiento ha puesto como nunca sobre la mesa la lacra de las desigualdades presentes en nuestras sociedades desarrolladas y también entre países desarrollados y menos desarrollados. Sin ir más lejos, hemos podido constatar que no es lo mismo pasar el confinamiento en hogares bien equipadas, con todas las comodidades, que en otras donde hay carencias de todo tipo ya menudo son habitáculos pequeños donde deben convivir demasiadas personas.
Hemos entrado desiguales en esta crisis y saldremos más desiguales. Por eso es tan importante que tomamos conciencia de lo que está pasando y actuar para ayudar a revertir la situación o al menos paliarla. Pero para poder tomar medidas adecuadas, debemos ser conscientes no sólo de lo que está pasando sino también de lo que nos ha llevado a esta situación. Y aunque el tema de la desigualdad es muy complejo y depende mucho de circunstancias y contextos y que, por ello, habría que matizar mucho más cuando se hacen comparaciones, sobre todo a nivel internacional, podemos dejar constancia de lo siguiente, advirtiendo que los datos son de antes de la pandemia, que agravará la situación:
Algunos datos preocupantes
El proceso de globalización en el que vivimos ha llevado unos grandes niveles de desigualdad que se manifiesta como desigualdad entre países y también dentro de cada país. El Informe de Oxfam internacional 2019, ¿Bienestar público o beneficio privado? revela el aumento de la riqueza de las grandes fortunas, que crecieron 2.500 millones de dólares al día en 2018, mientras los ingresos de la mitad más pobre de la población del planeta cayeron en un 11%. La concentración de riqueza consigue límites obscenos: las 26 personas más ricas del planeta ostentan el 50% de la riqueza mundial y poseen más riqueza que los 3.800 millones de personas más pobres. Lo más grave es que estas fortunas se levantan sobre la explotación de la clase trabajadora y el expolio de las grandes mayorías. Las legislaciones, desde hace décadas, favorecen a estas fortunas en todas partes del mundo, con niveles impositivos menos elevados de lo que correspondería (INFORME OXFAM 2.019: ¿BIENESTAR PÚBLICO O ... www.gadeso.org> filas> 2019/02> Informe oxfam-2019-1).
Si bien las clases altas han mejorado notablemente de manera global, no ha sido así entre las clases medias de los países ricos, y esto ha hecho que la desigualdad dentro de estos países haya aumentado. Las políticas económicas de corte neoliberal aplicadas desde 1970 tampoco han favorecido la aparición de una clase media importante en los países menos desarrollados. Al contrario, han provocado el crecimiento del sector financiero que, al invertir en los sectores de mayor rentabilidad como el sector especulativo de la economía, en especial del inmobiliario, ha agravado la situación de los más débiles. La consecuencia de todo esto ha sido una gran polarización social en todas partes.
Si nos fijamos en lo que pasa en la Europa desarrollada vemos que ha crecido la pobreza y la exclusión de forma alarmante. La crisis económica que comenzó en 2008 ha llevado a una importante erosión de las clases medias de la mayoría de los países de la Unión Europea. Hay que tener en cuenta que estas clases son fundamentales para el desarrollo económico y la estabilidad política y social; contribuyen al consumo estable y son las que generan gran parte de los impuestos necesarios para financiar los Estados del Bienestar. En lugar de dar prioridad a las necesidades de las personas, se han ido tomando decisiones políticas muy influidas por las élites adineradas y en su beneficio, lo que ha agravado la pobreza y la desigualdad económica y va erosionando las instituciones democráticas. El Informe de Oxfam 2061 sobre La situación de pobreza en Europa señala que 123 millones de personas se encuentran en riesgo de pobreza, es decir, la cuarta parte de la población europea
(Https://oxfamintermon.s3.amazonaws.com/sites/default/files/documentos/files/europa-mayoria-no-elites.pdf, de 9 de septiembre de 2015).
Si nos acercamos a casa, según el VIII Informe sobre Exclusión y Desarrollo Social en España 2019, impulsado por la Fundación FOESSA y Cáritas española, la exclusión social se enquista en la estructura social española con el aumento de la pobreza severa. Esto hace que el Estado español sea uno de los más desiguales de Europa. Así, mientras que en 2008 los hogares más ricos ingresaban 9,7 veces más que el 10% más pobre, diez años después esta diferencia se ha agrandado, hasta ser de 12,8 veces más. La recuperación económica ha beneficiado desproporcionadamente a las rentas altas mientras en los hogares de ingresos más bajos no les ha llegado el crecimiento económico de los últimos años. Las cifras son dramáticas: el año pasado aumentaron en 16.500 las familias que no perciben ningún tipo de ingreso (son ya 617.000 familias!). La causa principal que hace que nos encontramos en esta situación es la falta de un reparto equitativo de la riqueza entre todos, lo que nos remite a la política ya las presiones ejercidas por los sectores económicos dominantes, tanto en el interior como a escala global.
La tan alabada recuperación económica se ha construido sobre la espalda de las familias trabajadoras y el aumento de la precariedad laboral: hoy nos encontramos con que el 13,1% de las personas que están trabajando se sitúan por debajo del umbral de la pobreza, con un poder adquisitivo menguante. Los datos son alarmantes: casi 3,3 millones de españoles malviven entre trabajo y paro; los salarios de los que consiguen trabajar todo el año han subido en la última década cuatro veces menos que el coste de la vida, siendo sus ingresos inferiores a los percibidos antes de la crisis. El número de personas en exclusión social en España es de 8,5 millones, el 18,4% de la población (1,2 millones más que lo que ocurría en 2007). La había subido los sueldos por debajo del coste de la vida hace que muchas familias vivan la angustia para poder llegar a fin de mes. La pobreza, acaecida estructural, afecta a uno de cada tres niños españoles. Todos los indicadores se agravan cuando se analiza la situación de las mujeres. Ellas -junto a los migrantes y las personas sin estudios- son las que más sufren la pobreza, la precariedad y el desempleo y todas las consecuencias que de ello se derivan. Todas estas personas son el rostro de la sociedad estancada; el ascensor de la movilidad social no funciona para ellas. De estas, un grupo especialmente vulnerable de 4,1 millones de personas está en situación de exclusión social severa y, por tanto, sin poder tener un proyecto vital mínimamente estructurado. Acumulan desigualdades y precariedad en sus diferentes formas: vivienda insegura e inadecuado, paro persistente, precariedad laboral extrema. No cuentan para nadie -son invisibles por los partidos políticos-, pero si su número crece puede poner en peligro la cohesión social, afectando la estabilidad de la democracia.
Si nos situamos en Cataluña, constatamos su polarización social: crece el porcentaje de población en situación de integración plena mientras se reduce tanto la integración precaria como la exclusión moderada, pero se mantiene y tiende a subir la exclusión severa. En consecuencia, las tasas de exclusión social son algo más elevadas en Cataluña (19,3%) que en el resto de España (18,4%) debido al aumento de la exclusión más extrema. El riesgo de exclusión social es más elevado entre los hogares sustentadas por personas de edad madura, mujeres, inmigrantes y personas sin empleo, así como entre los hogares formados por familias numerosas y monoparentales. La pobreza energética afecta a muchos hogares (FUNDACIÓN FOESSA, CÁRITAS ESPAÑOLA EDITORES, Informes territoriales 2019, Informe sobre Exclusión y desarrollo social en Cataluña https://cronicaglobal.elespanol.com> informe-FOESSA-catalunya-2018).
Consecuencias de la pobreza
Como hace notar el Informe de Cáritas la pobreza no es un concepto unívoco, no significa sólo no tener dinero. Hay muchos factores que pueden influir en la construcción de una vida autónoma, especialmente cuanto más severa es la pobreza. Estos factores siempre tienen que ver con las dificultades de acceder a una vivienda digna, en un mercado donde la gran mayoría de los pisos están sometidos a la conveniencia de los inversores y donde hay una limitadísima oferta pública. Con salarios estancados, los precios de los alquileres son inalcanzables para buena parte de las familias, que se ven obligadas a convivir con otras familias en la misma vivienda, ocupar de manera irregular una vivienda privada o pública o vivir en una infravivienda. En consecuencia, el acceso a la vivienda se está convirtiendo en uno de los factores clave de aumento de la desigualdad social tanto en Cataluña como en el resto de España. Una de las consecuencias de esta situación es que el número de desahucios sigue aumentando. Hay que hacer notar la dificultad cada vez mayor de acceder a la vivienda por parte de las clases medias.
Por otra parte, la crisis ha generado una gran masa de personas que llevan en paro más de un año y eso significa sufrir unas condiciones de fragilidad peores. La cronificación del paro es dramática porque cuanto más tiempo se está sin trabajar, más difícil es encontrar trabajo. La pobreza se deja ver con crudeza: ha subido el número de personas que duermen en la calle en las grandes ciudades como Barcelona donde cerca de la mitad de los parados son de larga duración; el problema ha entrado también dentro de los hogares, donde ciudadanos que nunca se lo hubieran pensado bordean la exclusión. Las consecuencias de la pobreza se dejan sentir en la salud y la esperanza de vida: en la ciudad de Barcelona, por ejemplo, una persona pobre vivirá de media 11 años menos que un rico.
La infancia es el grupo que más sufre los efectos de las crisis económicas y los recortes de ayudas sociales. Aflora la desigualdad de oportunidades entre niños con las mismas capacidades pero que viven realidades diferentes. Numerosos informes como el Informe PISA 2.019 (https://www.oecd.org> loza) nos proporcionan datos que hacen que hoy podamos hablar de la transmisión intergeneracional de la pobreza como realidad emergente y preocupante. El porcentaje de alumnos en riesgo de fracaso escolar es casi seis veces superior entre los estudiantes provenientes de un nivel socioeconómico bajo que entre los que pertenecen a familias adineradas. Crecer en un hogar pobre aumenta las posibilidades de ser pobre también en la edad adulta, con consecuencias de desestructuración familiar, marginación y exclusión social. El sistema educativo no consigue, pues, neutralizar durante el proceso educativo las diferencias sociales y nivelar los resultados. Todo esto vierte cada vez más familias a una cronificación de la pobreza. "Hemos tratado aquí de las heridas de la desigualdad, que son heridas de fraternidad, existentes al comenzar la pandemia y que ésta ha agravado. Todo hace pensar que estas heridas se harán más grandes si no hacemos lo posible para cambiar de rumbo".