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La paz y su sentido bíblico

Organitzador:
Escola de Teologia de Mataró, Cristianisme s.XXI, ISCREB
Localització
Mataró

 

La palabra “shalom” aparece 116 veces como verbo y 358 como sustantivo en el Antiguo Testamento. La traducción de este término no se puede limitar a designar la ausencia de guerra. Es por eso que el término designa una situación de bienestar general. Los matices que adquiere el término son muy variados. Israel vio la paz como un don de Dios, de tal manera que el establecimiento de la paz se identifica con la realización de la salvación. Esta riqueza teológica, la recogieron las primeras comunidades cristianas que verán la paz como un don de Jesús y del Espíritu y un distintivo de la realización del Reino de Dios. El profesor Jaume Duran ha hablado sobre este tema en el ciclo de conferencias de la Escola de Teologia del Maresme, que recibe la colaboración de Cristianisme s.XXI y ISCREB.

La palabra šālom

Para referirnos a la paz, en hebreo utilizamos la palabra “shalom” (šlm). Es una palabra que se traduce por “tener suficiente” y que tiene un origen muy antiguo en todo el oriente. De hecho, todas las lenguas semíticas utilizan su raíz. En Ugarítico se encuentra muchas veces como šalámu, que significa llegar a ser amable, pacífico. Encontramos la palabra salīmu, que significa directamente paz, amistad. También la encontramos en arameo, en fenicio y púnico, en siríaco, etíope o árabe. Muchas de estas lenguas utilizan el  šelām al inicio de los escritos, a modo de saludo, como hacemos hoy todavía. La palabra šlm tiene mucha relación con la palabra šlh, que significa “estar despreocupado, estar tranquilo”.

Semánticamente, šlm tiene que ver con una dimensión elemental de la vida humana, un concepto lleno, sin derivadas, un “tener paz, tener el suficiente” en un sentido genérico más que aplicado a momentos o espacios concretos.

En hebreo se utilizan diferentes acepciones de la palabra, así: šlm, šālēm, šālōm, šælēm. Todas ellas tienen significados diferentes que nos orientarán a la interpretación de los textos y su primera exégesis. De la palabra shalom salen significados muy diferentes, como el más conocido paz, pero también el de retribución, restitución, entregar, dar, cumplir...

La palabra que aparece más veces en el Antiguo Testamento, šālōm, sale 237 veces y sobre todo en los libros de profetas y en el salterio, mientras que šælēm, por ejemplo, aparece 87 veces sólo.

La palabra šālōm incluye dos grandes conceptos. El primero, y más usado, es el de paz; una paz en oposición a la guerra, a la violencia, a la enemistad, al conflicto... Otro concepto es el de prosperidad, de fortuna, que hace referencia a los bienes materiales, a un estado de beneficio como don. Cabe decir que la traducción griega de los escritos hebreos del antiguo testamento, de los setenta, la septuaginta (LXX), traduce la palabra por paz y bienestar, fundamentalmente.

La palabra šālom tiene una mirada ideológica, y sienta sus bases en un contexto espiritual también, de totalidad, de plenitud e incolumidad; hace referencia a todo lo que formaría parte de una vida en paz, sana, armónica, en plenas facultades para desplegar un espíritu sano. Siempre que aparece šlm es en la totalidad de la persona, en todas sus dimensiones.

Si tomamos la palabra šlm como verbo, su significado entonces es el de retribuir, pagar, quedar en paz. En el entorno del mundo de la Alianza entre YHWH y el pueblo hebreo, este está relacionado con el restituir, con hacer justicia y se entiende como un hecho legal, relativo al derecho. Así, en el Éxodo aparece 14 veces con el significado de restituir (Ex 21-22) Su origen relacionado con la retribución justa ya lo vemos en el Código de Hammurabi, rey babilónico que vivió en los 1750 aC. En el texto asirio que descubrimos en el museo del Louvre de París se encuentra la palabra šalāmu y hace referencia al pagar restituyendo, desde la perspectiva de la legalidad.

Utilizado como adjetivo, šālēm significa “lo que paga, lo que retribuye”; leb ab šālēm es “lo que paga de corazón”. El adjetivo šālēm nos explica el sentirse satisfecho interiormente, estar en paz uno mismo, ser gente de paz, como refiere Jacob (Gn34,21). Una medida justa, adecuada, también se explica con el término šālēm. Son precios justos, que se pueden pagar (Prov 11,1; Ma 25,15) Lo justo, lo que hace la paz, como todavía hoy decimos. ¡Eso me hace la paz!

La palabra šālōm como sustantivo es la que más aparece y que nos dirige a la palabra de paz, de totalidad. Nos explica la satisfacción, la saciedad, la plenitud de lo que nos es menester, de lo que es satisfactorio para alguien. En el uso de šālōm no hay distinción entre lo concreto y lo abstracto. Habla de la plenitud exterior, de la paz que no hace violencia y de la paz interior que hace vivir la vida plena en su totalidad. La delimitación de la paz interior y exterior se hace difícil, a veces; se da de forma insensible, con frecuencia. Lo que tiene satisfechas las necesidades, está satisfecho él, está en paz.

Aparece relacionado con expresiones que nos son familiares al leer textos como el de Is 9,5, el sar- šālōm o “príncipe de la paz” y también veremos que tiene que ver con sacrificios de retribución, selānim, en Lv 1-7.

La palabra šālōm también aparece como constitutivo de nombres personales. Así, Abšālōm (=mi padre es la paz), es un hijo del rey David que luchará y que muere persiguiendo al padre. Más conocido, el nombre del hijo de David, Salomón, proviene de šālōm y significa “el pacífico”, “lo que aplica justicia”; todavía hoy decimos que tomamos "decisiones salomónicas" al querer ser justos en el marco del mundo de la justicia.

El término šālōm lo vemos asociado muchas veces a otras palabras hebreas muy utilizadas, como šālōm y sedāqā, que significa justicia y paz (Is 48,18) “¡Ojalá hubieras hecho caso de lo que yo te mando! Te habría cubierto en riadas la paz, el bienestar te habría inundado como las olas del mar”. La obra de la sedāqā será la paz. Vemos en Is 32,17 una de las más famosas consideraciones de la relación entre la justicia y la paz y que enmarca el contexto de la verdadera paz en el AT “El fruto de la justicia será la paz, la calma y la seguridad” La retribución, la justicia es don de Dios, es Él quien retribuye o castiga. La persona sdq es la persona fiel a la comunidad, una persona saludable.

El hecho relevante en relación a la paz es que cuando aparece la discordia es cuando se altera la sedāqā. Un término que aparece en masculino y femenino muchas veces en el salterio (Sl 40,10s; Sl 70 o 119). La persona responde al compromiso de Dios, al marco de la Alianza con sedāqā, con sus acciones rectas. De hecho, la paz, como define Isaías, es el fruto de la justicia. Aplicar la justicia a las cosas personales o de la comunidad permitía volver a la paz, al šālōm, que vence la discordia inicial. Será fundamental centrar el esfuerzo personal y comunitario en ser justo en el contexto de la Alianza. Actuar rectamente y ser justo no sólo afecta a la parte externa de la dimensión humana. Afecta sobre todo a su alma, pero no sólo. Ser justo y bueno nos hace vivir sanamente, mejor, en un estado de salud y bienestar (Is 51,1-5)

La paz en el Antiguo Testamento

La violencia es la que altera la concordia y la paz, el šālom. De hecho, vemos que la primera alteración de la paz se nos relata en Gn 3,1 con la aparición de la serpiente, que casi ingenuamente introduce el lastre de abandonar el plan de Dios en nosotros. Sobre una creación de la persona humana en todas sus dimensiones en Gn1-2, y en el acuerdo divino de una vida en paz y gozosa, aparece la discordia interior, que nace en el mismo corazón del ser humano. Desde entonces, la violencia, la alteración de la concordia, será una constante. Ya lo vemos amplia y dolorosamente en Gn 4,8, cuando Caín mata a su hermano Abel por envidia. Desde entonces, cualquier homicidio será de hecho un fratricidio. La violencia, sin embargo, puede detenerse, y puede devolver la paz en el contexto del plan de Dios únicamente. El Señor no elimina a Caín, sino que le deja vivir; la violencia, nos dice el Señor, no es irreversible; el šālōm será posible si devolvemos al compromiso del plan de Dios.

En el Pentateuco, la paz que nos aparece es siempre el don de Dios, consecuencia de seguir sus designios, como nos indica el Código de Santidad de Lv 26,6 “Haré reinar la paz; podréis dormir sin que nadie le asuste (no tenga miedo) Haré desaparecer a las bestias feroces y no entrarán las guerras” La bendición del código de la santidad es la paz. La maldición es la guerra, la discordia. El código de santidad que trae la paz es el propio Código Deuteronómico (Dt 28) o el de la Alianza (Ex 23,20-32); son códigos propios del vasallaje del siglo X a.C. que marca condiciones relacionales y concluye con bendiciones o maldiciones según su cumplimiento. Al final, la bendición preferente por la tribu sacerdotal (Nm 6,26), todavía la hacemos hoy “Que fije sobre ti su mirada y te dé la paz”.

La maldición trae la violencia. Por violencia, como explica Heritier, podemos entender “toda coacción de naturaleza física o psíquica susceptible de comportar el terror, el desplazamiento, la desgracia, el sufrimiento o la muerte de un ser animado; todo acto de intrusión que tiene como efecto voluntario la desposesión del otro, el daño o la destrucción de objetos inanimados incluso” ¡En el AT vemos muchos episodios de violencia en la que la discordia anula el šālōm! La vemos en el Éxodo, cuando incluso el Señor se manifiesta ejerciendo la justicia de forma que entenderíamos violenta, para hacer šālōm de “restitución” del verdadero plan de Dios, entre los dioses egipcios y el Dios único, entre el Faraón y Moisés, o entre el pueblo hebreo que huye y el ejército que sucumbe épicamente en la mano del Señor. Un relato que convoca al pueblo a la fe definitiva. Con los “Diez mandamientos” hacemos ejercicio de garantizar la paz, la paz del pueblo y la paz personal. Es el fundamento del monoteísmo bíblico, de tolerancia sin límites por la persona humana y la obligación de respetarla siempre. ¡Dios alerta, y prohíbe, vemos, toda violencia!

Interesante es ver la paz en los ojos de los libros proféticos. Los profetas relatan experiencias relevantes por el pueblo hebreo. La mayoría de profetas viven en épocas convulsas, llenas de violencia. Se enmarcan en el contexto que iría desde la caída de Samaria en el 722 a. C. y el asedio de Jerusalén al 701 a. C. por parte de los asirios hasta el regreso desde Babilonia y la reconstrucción del templo de Salomón, durante más de cuatro siglos.

Viven conflictos, amenazas, guerras, deportaciones de población de Judá y Jerusalén, la destrucción del templo y la ciudad, en 597 y 586 AC. Es un tiempo de gran desolación donde el profeta siempre vislumbra la esperanza de un nuevo tiempo, de un nuevo horizonte futuro, que tiene que ver con el plan de Dios nuevamente, y con el cumplimiento de la sedāqā. Parten de la violencia pero hablan de paz, de šālom! En el futuro, llegará la violencia de la paz. En los profetas, la paz se entiende necesariamente en el marco de la retribución, de la práctica de la justicia. De hecho, el anuncio profético de la conversión interior tiene mucho que ver con la paz. Convertirse es hacerte tuyo el designio de Dios, siempre desconcertante y misterioso; un designio que nos descentra de nosotros y nos centra en la realidad del Dios que realmente aguanta. Es la experiencia de los patriarcas, en los que se inspirarán.

Conversión tiene que ver con aceptar y acoger con humildad los signos de los tiempos que toca vivir para transformar la realidad. Porque transformar la realidad es hacer "las paces" con el Señor, volver a la práctica de la justicia para restablecerla con los demás, también los asirios, y rehacer la Alianza con el Señor. ¡Centrarse en los pobres de Dios nos salvará de los asirios! Es a los pobres a los que Dios concede la paz. Is 9,5-6 “Nos ha nacido un niño.....ese es su nombre: consejero prodigioso, Dios héroe, Padre para siempre, Príncipe de la Paz. Extenderá por todas partes la soberanía y la PAZ no tendrá fin”. ¡Hay esperanza! La paz mesiánica se nos dibuja en varios escritos del propio Isaías, (Is 11,1-10; 54, 9-10; 61, 1-2) a pesar de la devastación y la oscuridad, hay esperanza de paz mesiánica. El futuro será de paz, ¡y depende de nosotros!

Ezequiel también nos habla de la paz exterior, y sobre todo la interior. El retorno del exilio comporta el retorno interior de la persona, de lo justo que cree. ¡Es un regreso al Señor, un regreso al templo, para una nueva alianza, un berit-šālōm! En Ez 34, 25-28 vemos las características de la paz mesiánica, “Haré con mi rebaño una alianza de paz... los bendeciré a ellos y bendeciré todos los alrededores de mi montaña....serán lluvias de bendición”. Nacerá un pueblo renovado, devuelto a la nueva alianza. “Os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de usted” en Ez 36, 26. “Haré con ellos una alianza de paz, que será perpetua” en Ez 37,26a.

Otros profetas hablan de la paz en los mismos términos, Ag 2,9 "os lo digo yo el Señor del Universo....y en este lugar yo voy a dar la paz" refiriéndose al templo a reconstruir. Un šālōm que relaciona como hemos visto con prosperidad, “sembraré la paz, los viñedos darán fruto abundante y las tierras, buenas cosechas” a Zc 8,12. Un futuro en paz no tendrá guerra, “ninguna nación empuñará la espada contra otra, ni se entrenarán nunca más en hacer la guerra...” en Mq 4,1-4.

Finalmente, un comentario sobre la paz en los libros sapienciales. En los salmos, que son oración de vida, el šālom se vive como un estado de justicia. ¡El salterio es un libro de oración vivida, de vida rezada! Salmos rogados de lamentación, de alabanza, de adoración, de súplica... El contexto que predomina en el mundo del salterio es el de la teología retributiva, donde el Dios que salva debe emplear la violencia si es necesario, y aparecen los salmos imprecatorios, que se han revisado a la luz del contexto histórico y exegético para no confundir al lector de hoy. Imprecaciones en hacer justicia como sea, donde se pide al Señor su implacabilidad no exenta de dolor. Entre los revisados están el salmo 58, el 33 o el 109; otros se han mantenido releyéndolos “cuando todas las naciones me rodeaban, invocando al Señor las he vencidas” en Sl 118, 10. En el libro de la sabiduría, Sa 3,1-3 leemos que “ellos (los justos) han encontrado la paz (šālōm)” y en el de Job, Jb 25,2 “Dios es poderoso y temible, y pone la paz en lo alto del cielo”.

El šālōm del Antiguo Testamento nos lleva indefectiblemente al šālōm del Nuevo Testamento, plenamente insertado en el mensaje del Jesús del Evangelio. Una paz que será más interior, una paz plena y comprometida, que arraiga a las bienaventuranzas y que lleva en el corazón del creyente. "Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios" dice Mt, 5,9.

Pero el evangelista que mejor expresa el šālōm de Jesús es Juan, y en algún texto concreto podemos leer “Os doy la paz que el mundo no da.. que sus corazones se serenen” a Jn 14,27, o “Os he dicho todo esto porque en mí se encuentra la paz” a Jn 16,33a. Vemos y notamos que estamos ante un concepto nuevo, interior, que abarca a toda la persona pero que arraiga en su espiritualidad más esencial.

La paz bíblica es muy esperanzadora. Es una paz en medio de la persecución, una paz en medio de la oscuridad....y por eso, más que nunca, hay que recordar a san Pablo en Rm 8,6 “los intereses terrenales llevan a la muerte, mientras que los del espíritu llevan a la vida ya la paz!” Es necesario centrar de nuevo el proyecto de Dios en nosotros, de la mano de su Espíritu, la ruah dada libremente, que nos transforma, y qué dones serán los del “amor, gozo, PAZ, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio” Gl 5, 22-23 a frutos del Espíritu.

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