«El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va».
Cuando recibí la invitación para realizar un pequeño escrito sobre cómo vivir la crisis que está viviendo la iglesia en clave de conversión enseguida se me vino a la cabeza la pregunta de Nicodemo: «¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo?» recordemos la respuesta de Jesús: «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu». (Jn 3, 5-8)
El momento actual de la iglesia se encuentra para unos en el sí de una crisis marcada por la nostalgia de tiempos no tan lejanos, para otros la iglesia se sitúa en el inicio de lo que será un proceso purificador y esperanzador que le llevará a nacer de nuevo, un nuevo comienzo donde su vida antigua y sus pecados quedarán en el pasado, permitiendo así un nuevo comienzo que le acerque más al mensaje de Jesús.
Al igual que el concepto de nacer de nuevo no era desconocido para los rabinos, tampoco lo fue ni lo es hoy para la jerarquía de la iglesia, estaba y está claro: «Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué moriréis, casa de Israel? (Ez 18, 31).
Y es que a la iglesia se le acumulan acusaciones de misoginia, dogmatismo, desigualdad, injusticia… La autoridad moral de esta institución está en entredicho y su gobierno se adapta extremadamente mal a las democracias contemporáneas y a los valores éticos, políticos y jurídicos de las sociedades modernas. En estas circunstancias parece urgente tomar en consideración a San Agustín cuando advertía y afirmaba con mucha finura espiritual y apoyándose en su experiencia personal: “No tengáis en poco esas faltas a las que ya quizás os habéis acostumbrado. La costumbre lleva a que no se aprecie la gravedad del pecado”. Y, ¿qué es pecado? el Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 1849 define el pecado como una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes.
Todo apunta que el dicho popular quedará validado y que “será la necesidad la que haga a la vieja trotar”, ¿no habría sido más estético y oportuno avanzar desde la convicción y no por necesidad imperiosa?. A la Iglesia se le escapó la oportunidad que le brindó el Concilio Vaticano II y el interrogante es si la veremos pedir perdón por lo que sucedió un 15 de diciembre de 1979, cuando el Papa Juan Pablo II, el mismo que 359 años después pidió perdón por la excomunión de Galileo, retiró la venia docenti a Hans Küng declarándolo “teólogo no católico”, su error: haberse comprometido a favor de la renovación de la Iglesia y de la teología católica.
Pero el viento sopla de donde quiere, y paradójicamente el Papa Francisco invita pensar en la renovación sintonizando así con las ideas de, otro castigado por la moderna inquisición, el jesuita Teilhard de Chardin en el sentido de que los hombres avanzan por etapas contradictorias. Y que si al orbe católico le interesa renovarse, debe comprender lo que sucede en el mundo, e ir al encuentro de las aspiraciones revolucionarias de las masas. Al final el mismo Teilhard tendrá razón cuando afirmaba que "toda nueva verdad nace como herejía, tanto más cuanto más nueva sea".