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El descanso

“El séptimo día, Dios había terminado su obra. El día séptimo, pues, se repuso de toda la obra que había realizado.” (Ge 2,2). El reposo forma parte de la creación como el descanso de nuestra vida. El reposo se define como el cese de la actividad, la agitación, la inquietud del día. El descanso es un tiempo diferenciado al del ejercicio, trabajo o cualquier otra actividad. El descanso está ligado a nuestra naturaleza finita y temporal, lo necesitamos cada cierto tiempo para recuperarnos del cansancio que toda actividad comporta, por eso hablamos del descanso diario, semanal, vacacional e incluso de la muerte como reposo eterno.

Descansar, sin embargo, teológicamente, significa haber terminado algo, como Dios que al terminar su obra descansó. Al final del día, al terminar el trabajo diario, nos reponemos por la noche, como al terminar un período de trabajo tenemos el derecho a unos días de descanso, semanales o vacacionales, y al terminar nuestra vida, deseamos descansar en paz. Además, el descanso tiene para el cristiano como para el judío, algo sagrado: “Dios bendijo el día séptimo y lo hizo un día sagrado, porque aquel día se repuso de su obra creadora” (Ge 2,3). Quisiera aprovechar algunas de las reflexiones que el teólogo y filósofo surcoreano Byung-Chul Han hace en su libro La desaparición de los rituales (2019) para destacar tres aspectos que no podemos olvidar al pensar en el descanso.

Lo primero es recuperar el sentido contemplativo del descanso. Si privamos por completo la vida del elemento contemplativo, nos ahogamos en el propio hacer. En este sentido, el descanso pertenece a la esfera de lo sagrado. El trabajo por el contrario es una actividad profana. Así lo tenemos expresado en el primer mandamiento de la Iglesia: "Escuchar misa entera los domingos y otras fiestas de precepto y no realizar trabajos serviles" (Catecismo de la Iglesia católica, 2042). Para el cristiano, el descanso y el trabajo representan dos formas fundamentalmente distintas de la existencia humana. No podemos olvidar que existe una diferencia ontológica y teológica entre ellas. El reposo no sirve sólo para descansar del trabajo, como tampoco consiste sólo en recuperar fuerzas para volver a trabajar. El descanso trasciende el trabajo. Como describe Byung-Chul Han, lo santo (Myein) significa consagrar, iniciar pero también significa etimológicamente "cerrar".

En nuestra sociedad del hiperconsumismo digital, santificar implica cerrar la conexión de nuestra condición de productores de datos digitales. No hay descanso si no hacemos una ruptura con nuestra cotidianidad, que pasa hoy por la conectividad del mundo virtual. Prueba de ello son los problemas crecientes para conciliar el sueño relacionados con esta incapacidad de “cerrar” el día. El descanso es un tiempo sagrado y lo santo impone silencio, cerrar los ojos, pero sobre todo la boca. El silencio te hace estar a la escucha y va acompañado de una peculiar receptividad, de una profunda atención contemplativa. La actual presión por estar siempre conectados y disponibles conduce a no poder cerrar los ojos ni la boca, y perdemos la capacidad de vivir el descanso como un tiempo de contemplación.

El segundo aspecto es que el descanso es tiempo festivo. En su formulación catequética, se expresa en el tercer mandamiento: "Santificarás las fiestas" (Dt 5,6-21; cf. Ex 20,2-17). El descanso es una fiesta donde celebramos algo diferente a los logros o triunfos del trabajo. En una catequesis sobre el descanso del 5/09/2018, el papa Francisco decía que “hay que distinguir entre el verdadero descanso y la evasión, tan común en nuestros días. Hoy se intenta evadir la realidad buscando una diversión que esconda nuestro descontento”. La fiesta no solo es diversión, ni podemos reducir nuestro descanso a “un gran parque de juegos donde todos se divierten”, porque nos acabamos convirtiendo en piezas del rendimiento consumista que nos “lleva a la insatisfacción de una existencia anestesiada por la diversión que no es descanso, sino enajenación y fuga de la realidad”. En este sentido, el descanso sagrado se contrapone diametralmente al consumismo hiperactivo.

El descanso es festivo cuando nos lleva a celebrar y compartir la vida gratuitamente, el regalo más preciado de Dios. Esta es la controversia que mantuvo Jesús con los fariseos sobre cómo entender el descanso del sábado, el Sabbat. Cuando Jesús dice que "el sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado" (Mc 2,27), se refiere a que el descanso implica mejorar nuestra vida, cuidar de nosotros (Mt 12, 1) para curarnos y sanarnos (Mt 12,12). Ese sentido sagrado del descanso es lo que hoy está amenazado. La presión actual para hacer perpetuo el trabajo en el tiempo de descanso, porque nos sigue inquietando por la noche, o nos obliga a trabajar al servicio del consumo todos los días festivos o convierte las vacaciones en una locura de activismo; profana y degrada nuestra vida.

Y ahí viene el tercer aspecto, el descanso es un tiempo de comunión con los demás y con Dios. La presión por trabajar destruye la durabilidad de la vida, el tiempo laboral es un tiempo que fluye y transcurre. Si el tiempo vital coincide plenamente con el tiempo laboral, como ocurre hoy, la vida misma se vuelve radicalmente huidiza. Solo el descanso aporta consistencia a la vida, no en vano, el día del Señor, es un día de descanso. La intensidad de la Vida, que nos aporta la Resurrección de Jesús y la celebración de la eucaristía está vinculada a nuestra capacidad para romper con el trabajo. A menudo, me ocurre que pienso en el descanso como un tiempo para llenar de todo lo que no he podido terminar durante el curso. Y olvidamos que el descanso es un tiempo para crear comunidad, empezando por quienes nos echan de menos cuando estamos trabajando en nuestras cosas: la familia, amigos, compañeros, la comunidad cristiana y compartir la vida de forma gratuita. El descanso no cotiza porque es gratuidad, y agradecimiento por los dones que recibimos de Dios. En el trabajo producimos, en el descanso amamos.
 

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