Crecimiento y vulnerabilidad
El Centre d'Art Amatller, situado en el Paseo de Gràcia de Barcelona, acoge una exposición singular titulada Sorolla, una nueva dimensión, en homenaje al pintor con motivo del centenario de su muerte, ocurrida el 10 de agosto 1923. La propuesta satisface, pese al escaso peso de obras exhibidas originales del autor, gracias a la experiència inmersiva, que envuelve al espectador en una burbuja de imágenes. Momentos de contemplación para dejarse penetrar de la luz y del colorido mediterráneos que el autor plasma en sus cuadros. Hay otras ofertas que también gustan a los visitantes, pero ésta es la que más destaca.
Acostumbro a leer los textos que se muestran en este tipo de exposiciones. Suelen estar muy bien redactados y sugieren claves de interpretación para el lector atento a sus contenidos. A veces, me despiertan reflexiones en otros ámbitos, como es en este caso. Al inicio, se habla de La Valencia de Sorolla: «En 1865 se derrocan las murallas y Valencia empieza a crecer más allá de la ciudad medieval para dar cabida a las olas de gente que deja el campo para ir a las fábricas». Enseguida, me vino a la mente una relación importante entre crecimiento y vulnerabilidad. Si Valencia quería crecer tenía que prescindir de sus murallas, de sus sistemas tradicionales de defensa, para abrirse a nuevas posibilidades. Derribar las murallas te deja vulnerable, pero hay que pasar por este trance y afrontarlo con inteligencia, realismo y humildad si se quiere crecer. Como la langosta de agua dulce que periódicamente tiene que desprenderse de su caparazón, crecer más y construir un nuevo caparazón mayor. En el momento del cambio, su fragilidad es extrema y su vulnerabilidad, manifiesta. Renunciar a la fase de vulnerabilidad implica imposibilitar el cambio. Estas reflexiones convienen tanto a personas como a instituciones.
Basta adentrarse en momentos significativos de la propia biografía para observar esta relación entre crecimiento y vulnerabilidad. La tensión dinámica entre estos dos elementos se sitúa a menudo en el ámbito de la paradoja. Cuesta darse cuenta. Pablo de Tarso fue muy explícito en su segunda carta a los corintios cuando escribió: «cuando soy débil es cuando soy realmente fuerte». Experimentar el vacío, la fragilidad, la vulnerabilidad… provoca sensaciones incómodas, pero hay que transitar a través de ellas para abrirse a nuevos horizontes y conseguir nuevas fortalezas. La rigidez conduce a la ruptura. La flexibilidad sortea mejor las presiones ambientales. No hay renuncia a los objetivos que se buscan ni tampoco a la consistencia interna. Hay que tener la sabiduría de las arenas de las playas para detener el agua de los océanos. La fuerza de la debilidad. El exceso de testosterona no suele resolver los problemas, sino más bien agravarlos. Los dones más sublimes que poseemos, entre ellos la vida y el amor, son sumamente vulnerables. Esta es su riqueza.