Cómo ilumina el evangelio la realidad de esta humanidad herida

08 de març 2021

Los cristianos somos seguidores de Jesús de Nazaret y desde nuestra debilidad hemos hecho una opción fundamental por Él que nos lleva a identificarnos con Su Persona, con Su Misión y con Su Destino. Tenemos el deseo que Su Espíritu recree en nosotros su Vida, para que la Encarnación pueda hoy prolongarse en cada uno. Y esto es posible en la medida que nos abrimos a su Presencia y en Su Querer.

Vivimos en el Misterio de donación amorosa de un Dios que es Familia, Comunidad (el Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo). La Trinidad no es una elaboración doctrinal abstracta que no tiene nada que ver con la vida. Al contrario, atraviesa nuestra existencia y se hace vida nuestra, pues se abre al ser humano a través de una persona concreta, Jesús de Nazaret, a quien confesamos el Hijo, el Rostro humano del Padre-Madre Dios que nos acoge ello es Buena Noticia, especialmente los que no tienen muy buenas noticias.

La vida cristiana como vocación

Como cristianos estamos llamados a vivir la vida como vocación a responder a la propuesta de Dios; vocación a la libertad, a la fraternidad, a la filiación divina. Se trata de estar en la historia dándole sentido desde la Trascendencia del Misterio de Cristo, viviendo en Él y desde Él la vida. Hacemos camino para captar Su Presencia, pues al tiempo que Vive adentrado en Dios, también está presente en el corazón de la realidad y en todos los que sufren, profundamente identificado con cada uno, formando con todos un solo Cuerpo (cf 1 Co 12). Jesús mismo eligió identificarse con estos hermanos y hermanas que sufren por el dolor y la angustia, el desprecio y la soledad. Como cristianos estamos llamados a servir a Jesús Crucificado en todos los crucificados de este mundo, en toda persona marginada, acogiendo los que están heridos en el cuerpo y los pecadores "heridos" en el alma (Mt 25, 31-46), siendo conscientes también de que nosotros mismos tenemos "heridas" de todo tipo y hemos experimentado de alguna manera la Presencia sanadora del Señor en nuestra vida.

Jesús el Señor nos invita -individual y de forma comunitaria- a acercarnos a los pobres, los que sufren, los que no cuentan para nadie, para ofrecerles ayuda material y defender sus derechos. Pero en primer lugar su invitación es a acogerlos y tratarlos con cariño y de acuerdo con la dignidad que tienen como hijos de Dios y hermanos nuestros. Reconfortándolos en su soledad y dándoles esperanza hacemos palpable algo de este Amor (= Dios) que es la fuerza más poderosa de transformación. En un mundo tan desigual y tan lleno de injusticias, los seguidores de Jesús el Cristo somos cada vez más conscientes de que en el cómo acogemos el Rostro Desfigurado del Crucificado en todo rostro desfigurado humano nos jugamos nuestra credibilidad como cristianos y como Iglesia.

Ser testigos de un Amor que no sólo se vive en el culto

Para el cristiano el punto de referencia fundamental es la vida y la praxis de Jesús de Nazaret en favor de toda persona y por encima de los "deberes religiosos": "misericordia quiero y no sacrificio" (Mt 12,7), entonces y en cada época. Como cristianos somos, pues, llamados a ser testigos de un Amor que no sólo se vive simbólicamente en los ritos, en el culto, sino que debe tener una plasmación concreta en nuestro vivir y, por tanto, una plasmación social. El amor debe ser transformador de los corazones y de las estructuras de injusticia. El Espíritu nos urge a releer el Evangelio en clave humanizadora y social si no queremos fabricar un Dios a nuestra medida y según nuestros intereses y nos empuja a reconstruir el Cuerpo de Cristo que tiene vocación de abrazar la humanidad entera.

La enseñanza social de los Padres de la Iglesia

Ante la inequidad en que vive nuestra sociedad y nuestro mundo, el Magisterio Social de la Iglesia tiene una palabra que decir que nos puede dar luz y ayudar a afrontar las realidades que nos toca vivir. Esta enseñanza social viene de muy lejos, de los inicios mismos del cristianismo y tiene sus raíces en las Sagradas Escrituras donde vemos que la Maestría de Jesús lleva más allá la tradición profética del Pueblo de Israel.

En esta ocasión quisiera proponer que nos fijáramos en la enseñanza social de los Padres de la Iglesia (ss I-VII). Considerados como los iniciadores de la Teología y conocidos por ser Maestros espirituales de gran valía, fueron también verdaderos Maestros sociales, de una religiosidad no alienante sino implicada con la vida. Vivieron épocas convulsas, de profunda crisis y su enseñanza, arraigado en las Sagradas Escrituras, nos puede interpelar hoy. Esta enseñanza, enriquecido a lo largo de la historia del Pensamiento Social Cristiano, sigue una serie de criterios, que se pueden sintetizar así:

  • a) Las relaciones sociales y económicas deben someterse a las normas de la Justicia y de la Caridad (= Amor de donación).
  • b) La primacía de la utilidad general o Bien Común, por encima del interés particular.
  • c) La Igualdad y Unidad esenciales de todos los seres humanos, cualquiera que sea su condición social.
  • d) La Diversidad y Pluralidad de condiciones sociales y, por tanto, la Desigualdad accidental de los seres humanos en ellas.
  • e) Voluntad de Dios es que las desigualdades, inevitables, dadas las diversidades naturales y la libertad humana, se vayan nivelando en el desarrollo de la vida social.
  • f) La imposición por Dios de una función social a toda superioridad que sea motivo de desigualdad.
  • g) La obligación de la comunicación, de hacer participar y poner al servicio de los demás toda preeminencia individual y todo don personal.

Siguiendo la tradición del Pueblo de Israel, el Padres de la Iglesia señalan que el único Señor y propietario del mundo y de sus bienes es Dios Creador. Las personas somos los usuarios y administradores de los bienes de este mundo (San Juan Crisóstomo, PG 6,62. 555-558), que han sido creados para satisfacer las necesidades de todas las personas. Por tanto, no deben caer en manos de unos pocos (San Gregorio Magno, PL 76, 890). Asimismo, sólo es justa la posesión de bienes si sirven para mantener la vida de los necesitados. En cambio, las riquezas mundanas son tentación y ocasión de desgracias (San Isidoro, PL 83, 732). Aunque se acepta la propiedad privada, se la somete a restricciones notables. Todo lo que pasa del mantenimiento digno de la propia vida ya empieza a pertenecer a otras necesidades (Clemente de Alejandría, PG 8, 604). Dar a quien lo necesita es un deber de justicia es devolver a cada uno lo suyo (San Ambrosio, PL 14, 765).

Los Padres de la Iglesia están convencidos de que la caridad y la caridad suscitadas por el Espíritu son la mejor respuesta del creyente a las necesidades de este mundo para que encuentra su razón de ser y su mejor expresión en el Misterio de la Trinidad: "Dios creó el género humano para la comunión y comunicación unos con otros, y Él comenzó para repartir lo que es suyo, y a todos los hombres dio su Logos común, y todo lo hizo por a todos. Así pues, todo es común, y no pretendan los ricos tener más que los demás. Así, aquello de "tengo y me sobra, ¿por qué no he de disfrutarlo?" no es humano ni propio de la comunión de bienes. Más propio de la caridad, es decir: "Tengo; ¿por qué no dar a los necesitados? ". Quien así siente es perfecto, porque ha cumplido el mandamiento de amar al prójimo como a sí mismo "(Clemente de Alejandría, PG 6, 08:54). Así pues, en la medida que el seguidor de Jesús viva la intimidad con su Maestro, informará a la Justicia y la Caridad con el mismo Amor que proviene de la Trinidad.

Pues bien, si fuéramos capaces de poner generosamente en práctica estas enseñanzas tendríamos ya mucho ganado para afrontar con más justicia y equidad los retos que tenemos planteados. Sería una Buena Noticia para nuestros hermanos heridos y también para nuestro mundo.

 

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