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“Quien tanga oídos, que escuche”, Mt 13,9
La crisis del Coronavirus ha generado debates que tocan temas como el valor que tienen las personas mayores en la sociedad, qué valor tiene la vida de los ancianos, el valor de morir acompañado, o de poderse despedir de los tuyos antes de morir. Todo esto ha sido motivo de artículos, conversaciones, reflexiones, reproches, propuestas... particulares, generales, públicas. ¿Cómo es que se cuestionan estos valores? Cumplir años y años, vivir una situación de frágil precariedad humana, ¿es motivo para tal cuestionamiento? Veámoslo.
En primer lugar, dejémonos de eufemismos. Desde una perspectiva antropológica, la vejez es aquel periodo de la vida que sigue a la madurez acercándose a su final; es cuando a menudo se generan unos cambios marcados por una bajada a nivel físico, cognitivo, psicológico...; biológicamente, se asocia con estos cambios físicos sabiendo que cada uno envejece de diferente manera y en condiciones distintas que hacen más amable, o no, el envejecimiento; socialmente se relaciona con la edad oficial de la jubilación laboral, aunque actualmente está en cuestión este modelo; el punto de vista bíblico, el tiempo del “cabello blanco”, más bien coincide con la mirada antropológica siendo un tiempo de serenidad, experiencia, sabiduría, también de chacras y de inseguridad, Sl. 71
Es un tiempo de un bienestar deseado que a menudo no es, de cambio crítico, de pérdidas con algunos beneficios que tienen que ver con la biología, las condiciones sociales, culturales, económicas, de relación... Por ejemplo, no es lo mismo envejecer en compañía que en solitud, sin una proximidad “conocida”; tampoco es lo mismo envejecer con enfermedad que sin; o bien, sin un ente público que tanga “cuidado” de la población más vulnerable. Todo esto dicho en términos generales que pueden ilustrar la imagen de fragilidad que uno vive en la vejez, y en otras situaciones parecidas.
Y nos ha llegado el Covid-19 con una evidencia trágica: un gran número de personas afectadas y muertas pertenecen al sector de la vejez, en residencias y geriátricos sobretodo. Se considera que a medida que uno entra en esta etapa de la vida aumenta el riesgo de enfermar, de agravarse, con complicaciones asociadas, y de morir: se ha escuchado algún comentario de una bajeza moral que avergüenza. Se apela a la responsabilidad individual para reducir la probabilidad de contagio, pero todo el mundo sabe que esta, u otra, responsabilidad también depende de muchos factores, circunstancias, relacionadas con el contexto vital de cada uno. Por tanto, no es suficiente e, incluso, puede ser injusta esta llamada si no va acompañada de medidas públicas, de una gestión eficaz que priorice la protección y cuidado de la población más frágil y vulnerable. Entre esta población, existen personas viejas con riesgo de desestabilizarse. Hay falta de recursos de todo tipo: humanos, económicos, de conocimiento.... ¿y la voluntad de servicio? Aquel servicio que ve en la necesidad del otro el motivo de intervención como han hecho anónimamente un buen número de personas del sector sanitario, y otros ámbitos, con criterio de fraternidad humana; servir quiere decir participar activamente en la construcción social del bienestar. Y esto es lo que hacen las personas de acuerdo con el nivel de responsabilidad e implicación social que tienen sin ningún otro tipo de interés que el bien necesario, individual y colectivo.
A partir de aquí, ¿para qué se cuestiona el valor de... cómo se plantea al principio?