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Sólo el amor tiene la última palabra

Navidad año 2023. Sentimiento general de impotencia ante las guerras que salpican la geografía mundial. Víctimas y más víctimas. Recortes de los derechos humanos, pisoteados sin contemplaciones. Polarización política que genera ambientes tóxicos. Los ricos, cada vez más ricos. Los pobres, cada vez más pobres. El poder no se detiene ante nada. Ejerce su dominio con total impunidad. Se transforma en abuso despiadado en múltiples situaciones. Surge la convicción entre la gente sencilla de que no se puede hacer nada. El sistema sirve siempre a los mismos y oprime siempre a los demás. La ecología espiritual resulta irrespirable. Queda un pequeño resquicio. Hay que aprovecharlo.

Navidad año 0. El poder invasor impone un censo. Un matrimonio joven tiene que recorrer a pie más de 160 kilómetros. La mujer, embarazada, está a punto de dar a luz. El viaje es un riesgo. Cuando llega el momento, lejos de su hogar, no encuentran ni siquiera lugar en el hostal. La madre alumbra al niño en un campo de pastores, que son los primeros en alegrarse. María y José soportan las veleidades del poder dominante. Más tarde tendrán la visita de tres buscadores venidos de Oriente para conocer al niño. Las amenazas de Herodes se transforman en muerte. Por esto, huyen del poder despótico y se exilian a Egipto, país del que no conocen ni la lengua ni las costumbres. El poder, en todas sus formas más variadas, perseguirá a Jesús a lo largo de su vida. Enfrentamientos continuos, conspiración, acusaciones falsas, juicios amañados, manipulación de masas, pasión y, tras lavarse las manos, condena de muerte en cruz bajo el poder de Poncio Pilatos, como afirma el Credo de Nicea. Jesús no se doblega. El poder, lo puede casi todo, pero no tiene la última palabra. El poder no tiene escrúpulos en matar, pero Jesús está dispuesto a morir. Su madre está al pie de la cruz. La resurrección es el triunfo sobre el poder, ejercido impúdicamente. Cuando el poder no está al servicio del amor, es corrupción. Huele a podrido.

Navidad es la opción de Dios para hacerse presente en el mundo sin plegarse a los caprichos del poder, especialmente cuando su ejercicio se ensaña contra los más pobres y sencillos. Este es el resquicio que nos queda. Esta es la esperanza, que se alimenta por el hecho de tener a Jesús entre nosotros. Sólo el amor tiene la última palabra. Mi deseo es que no sucumbamos ante los embates del poder, sino que vivamos a impulsos del amor. Por esto, sin complejos y con alegría, te deseo «Feliz Navidad». Es decir, contempla, sin prisas y en silencio, al niño junto a sus padres y, como reza Teilhard de Chardin, «adora y confía».

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