Pasados cincuenta días de la solemnidad de la Pascua
Pasados cincuenta días desde la solemnidad de la Pascua, en que hemos celebrado el núcleo del año litúrgico y de nuestra fe cristiana; es decir, del Misterio Pascual de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, la Iglesia celebra con gran alegría la solemnidad de Pentecostés, donde hacemos memoria (anámnesis) del don del Espíritu Santo sobre los Apóstoles con la Virgen María y el inicio del tiempo de la misión de la Iglesia. Hasta aquel momento, los discípulos de Jesús seguían con miedo, desconcierto, incredulidad, cobardía; pero en recibir el don del Espíritu Santo, que –como decimos en la profesión de fe apostólica- procede del Padre y del Hijo, reciben la fuerza para anunciar la Buena Nueva de la salvación a todos los lugares de la Tierra, dando hasta la propia vida por el Señor.
Para nosotros, la solemnidad de Pentecostés nos tiene que hacer recordar que por el bautismo nosotros somos hijos e hijas de Dios y templos del Espíritu Santo; es decir, tenemos el Espíritu del Señor en nosotros, que cada día se tiene que renovar en nosotros. Pentecostés nos tiene que recordar que somos llamados a la misión, y que es el mismo Señor por su Espíritu quien tiene que mover nuestras vidas como cristianos.
En este día, se ha plasmado este misterio con el Espíritu Santo en forma de paloma enviando lenguas de fuego sobre los Apóstoles y María, recordando como el fuego transforma lo que toca; por eso, hoy el color litúrgico es el rojo, que nos recuerda el fuego. Así como este elemento de la naturaleza decimos que transforma lo que toca, también el Espíritu Santo tiene que transformar en hombres y mujeres nuevos.
En la nuestra cultura, recordamos este día como “Pascua granada”, simbolizada con los frutos de la Tierra. Que también nosotros sepamos dar buenos frutos. ¡Feliz día de Pentecostés!