Nuevas esclavitudes
Estos días en que celebramos la fiesta de la Virgen de la Merced, copatrona de Barcelona, recordamos también a los mercedarios, orden religiosa fundada hace más de 800 años por san Pedro Nolasco. Él era un comerciante que, por su trabajo, conocía las durísimas condiciones a las que estaban sometidos los cristianos capturados por los musulmanes.
Con solo veintitrés años, san Pedro Nolasco comenzó a organizar algunas expediciones para negociar la liberación de los cautivos. Quince años después, se le apareció la Virgen, que lo inspiró a fundar una orden religiosa para redimir a los cautivos. Entonces ya lideraba un pequeño grupo de laicos. Eran personas de orígenes muy diversos que conocían una realidad dura y que, en lugar de cerrar los ojos, se unieron para aliviar la situación de quienes la sufrían.
Cada época tiene sus propias esclavitudes. Hace 800 años, quizás la esclavitud más sangrante era la privación de libertad y la reducción a esclavo en tierras lejanas. Hoy también existen esclavitudes como las adicciones a las drogas, a la pornografía, etc., que generan situaciones opresivas y degradantes para quienes las padecen. Hay otras, como la falta de vivienda, que también condenan a las personas que las sufren.
Los medios de comunicación a menudo se hacen eco del creciente problema de la vivienda y de los dramas que pueden derivarse. Es un tema grave que afecta a muchas personas de distinto estatus social y condición. Los que no tienen trabajo y los que lo tienen, pero no llegan a fin de mes; los jóvenes que quieren empezar una nueva vida o los ancianos que no pueden asumir el precio del alquiler. En definitiva, nos afecta a todos.
No podemos limitarnos a considerar solo la dimensión económica de la vivienda. Tener una casa es mucho más. Cuando vivimos en un espacio, este se transforma en nuestro hogar, un lugar donde crecemos, donde cuidamos a nuestros seres queridos y somos cuidados, donde nos sentimos protegidos. Sin un techo, la salud se debilita, trabajar es difícil, convivir y relacionarnos con los demás se vuelve complicado.
Más allá de los datos oficiales, que son graves, hay situaciones que pasan desapercibidas. En tiempos de pandemia, más de un tercio de las familias acompañadas por Cáritas Diocesana de Barcelona que vivían en una habitación alquilada, tuvieron que cambiar de habitación por no poder pagar el precio que les pedían. En muchas de estas familias había uno o dos hijos en edad escolar. Cualquier cambio de habitación hacía más difícil llevar al niño a la escuela, ya que casi siempre les quedaba mucho más lejos.
Queridos hermanos y hermanas, es el momento de hacer como san Pedro Nolasco y sus compañeros, comprometernos y trabajar juntos. Hace 800 años, contaron con el apoyo del rey Jaime I. Ojalá las administraciones, las asociaciones sociales y religiosas, todos juntos, podamos contribuir a construir un mundo donde todos y cada uno de nosotros podamos vivir en un hogar digno.