¿El mejor mensaje es no parar?
[Santi Torres - Blog Cristianisme i Justícia] Conociéndose ya las dimensiones de la catástrofe que la DANA había ocasionado sobre todo en la zona de Albacete y Valencia, la Liga de fútbol profesional decidió que no se podía suspender la jornada, y lo hizo con un argumento que explicó casi entre lágrimas su presidente, el siempre polémico Javier Tebas: «el mejor mensaje es no parar». Hay que decir que esta decisión no gustó a la gran mayoría de entrenadores y futbolistas de la Liga, que en casi todas las ruedas de prensa consideraron que la jornada no se hubiese tenido que disputar. El mensaje de Tebas, no obstante, fue claro y es muy representativo de cómo funciona nuestro mundo.
Realmente, ¿el mejor mensaje es no parar? ¿Cuál ha de ser la dimensión de una catástrofe para considerar que hay que interrumpir la normalidad? ¿No son suficientes más de 200 muertos y centenares de desaparecidos? ¿No lo es el dolor de quien ha perdido en unas horas casa, pertenencias y medios de subsistencia? ¿No lo es el testimonio de miles de personas que supieron interrumpir solidariamente sus planes para poder ayudar?
Tebas hablaba desde el pleno convencimiento, como representante de un negocio de millones y millones de euros, de que no es permisible parar. Porque seguramente este sea el problema de fondo. Nuestro sistema económico, para que funcione, no tolera las interrupciones; se alimenta del tiempo, de nuestro tiempo, de un tiempo que no puede ser interrumpido. Aunque nos hagamos la ilusión de dominar el tiempo, este ya no nos pertenece porque pasó a disposición de un sistema insaciable que nos quiere productivos cada minuto, cada segundo de nuestra vida. Por esta razón, y a pesar de las alertas, no se interrumpió aquella fatídica tarde, ni el trabajo en las fábricas, ni la actividad en las grandes superficies comerciales, ni la movilidad… ni se interrumpieron después los partidos de fútbol del fin de semana.
Nací en un pueblo pequeño, y cuando en mi pueblo moría alguien, doblaban las campanas. Todo el mundo, estuviera en casa o en el campo, ante ese sonido, interrumpía su actividad, porque alguien de la comunidad había dejado de existir y eso era un hecho lo suficientemente importante para pararlo todo. Esa interrupción permitía el recuerdo y la conciencia del duelo, porque la muerte, aunque intentemos taparla, continúa siendo el mayor de los misterios. Y porque, si una vida se había interrumpido, qué menos interrumpir nuestra vida para tomar conciencia de la pérdida.
Hace unos meses en Cristianisme i Justícia insistíamos precisamente en esto: «ante el dolor de los otros, ¡parémoslo todo!». Nada puede continuar igual ante la pérdida que han sufrido miles de personas en Letur, Utiel, Requena, Silla, Paiporta… nombres que deberían permanecer en nuestra memoria. No, señor Tebas, el mejor mensaje no es no parar; el mejor mensaje, el que nos humaniza y nos devuelve la condición de amos de nuestro tiempo, es parar, recordar, compadecer, llorar, sentir, preguntar, acercarse, indignarse… Y a partir de ahí, lo único, lo único que no debería parar es la solidaridad con los afectados, que ha de ser mantenida en el tiempo hasta que pueda repararse todo lo que sea reparable.
No quieren que paremos, porque no quieren que pensemos. Por tanto, la interrupción se ha convertido en un instrumento casi revolucionario. Sí, volvamos a decirlo bien alto y bien fuerte: ante el dolor de los otros, ¡parémoslo todo! Nos va en ello nuestra humanidad.