Cuidémonos
«Antes de hablar, infórmate; si no quieres caer enfermo, cuídate» (Sir 18,19)
Cuántas veces nos habremos despedido, en estos últimos tiempos, deseándonos un: “cuídate” o “cuidaros”. No sabría decir a quién se le ocurrió transformar este saludo en un “¡cuidémonos!”. Este alguien nos ha ayudado a descubrir la dimensión colectiva-comunitaria del cuidarse.
La experiencia del pueblo de Israel parte de un problema de fe-esperanza-confianza. Dice Is 40,27: “¿Por qué andas diciendo, Jacob, y por qué murmuras, Israel: “Al Señor no le importa mi destino, mi Dios pasa por alto mis derechos”»?
El pueblo de Israel sufre el exilio en Babilonia. Contempla, quizás defraudado, que su Dios no ve su realidad, la ignora. El Señor se ha vuelto incapaz. Quizás enfadado, el pueblo llega a creer que Dios ha dejado de preocuparse por ellos, que los ha olvidado. El Señor se ha vuelto insensible. El olvido bíblico se opone al recuerdo bíblico. El recuerdo bíblico está vinculado a la sensibilidad, las entrañas, la misericordia. El recuerdo es la dinámica que marca fuertemente la manera de actuar, porque re–actualiza continuamente la «Presencia Activa». Olvidarla desconcierta, desestabiliza, provoca caídas porque no hay donde agarrarse. O sí, aferrándose a esperanzas vanas.
El capítulo, antes citado, empieza anunciando el consuelo del pueblo porque el exilio se acaba. Sin embargo, al parecer, este anuncio no ha calado. Quizás por eso el libro de Isaías contiene el oráculo (Is 61,1-2, que Jesús hace suyo en la sinagoga de Nazaret, cf. Lc 4,16-21): «El Espíritu del Señor, Dios, está sobre mí: porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad; para proclamar un año de gracia del Señor, un día de venganza de nuestro Dios, para consolar a los afligidos.»
En este oráculo destacan dos frases. La primera: «Me ha enviado para curar los corazones desgarrados». Literalmente la frase dice: «Me ha enviado para recomponer-reconstruir a los quebrantados de corazón». La idea es que el enviado vuelve a juntar, vuelve a unir, a quienes están des–unidos y separados. Dicho de otra manera: viene para reconstruir al pueblo en «un solo» corazón. La segunda frase a resaltar del oráculo es esta: «Me ha enviado para proclamar a los prisioneros la libertad». Literalmente dice: «… a los prisioneros el retorno a la luz.» El libro del Deuteronomio explica, con una imagen parecida, el cuidado que el Señor tiene por su gente y por la tierra donde tendrán que vivir (Dt 11,12): «Es una tierra de la que cuida el Señor, tu Dios, en la que están puestos continuamente los ojos del Señor, tu Dios, desde el comienzo del año hasta el final del mismo.» Este “cuidar” implica un examen minucioso del país, una atención intensa, incluso, una exigencia para que la tierra dé sus frutos. Y se complementa con la idea de que en ella «están puestos continuamente los ojos del Señor». Esta frase recuerda la bendición que leíamos al empezar el año nuevo (Nm 6,24-26): «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz». La luz. Luz de la mirada. Mirada fija. Son gestos y símbolos eficaces de la paz, de la plenitud.
El profeta Ezequiel, un poco antes del Isaías que hemos citado, desenmascara los pastores de su pueblo así (Ez 34,4): «No habéis robustecido a las ovejas débiles, ni curado a la enferma, ni vendado a la herida; no habéis recogido a la descarriada, ni buscado a la que se había perdido, sino que con fuerza y violencia las habéis dominado.» Más adelante, el profeta pone en boca del Señor este anuncio: «Yo apacentaré mis ovejas y las haré reposar» (Ez 34,15).
Cuidémonos, pues. Testimonio: cuidémonos tal como el Señor cuida a su pueblo. Miremos, focalicemos bien nuestra mirada. Busquemos la justicia en todos los ámbitos. Cuidemos el planeta. Que nuestro «recuerdo» (en sentido bíblico)