Cambio de hora
[Josep Otón - Pastoral SJ] En otoño, la noche avanza irreversiblemente. El Sol anuncia la proximidad de las inclemencias invernales retirándose cada vez más temprano. Por su parte, el reloj, aliado de este proceso natural, nos regatea una hora de luz.
Ahora bien, a la intemperie de la oscuridad, llega el momento de descubrir la potencia de la claridad nocturna. Ni la luz es monopolio del día ni en la noche solo impera la sombra. Aun así, inconscientemente, desdeñamos la luminosidad clandestina, que actúa con nocturnidad, pero sin alevosía.
El resplandor del ajetreo diario eclipsa los destellos de lo más íntimo. Las estridencias nos deslumbran impidiéndonos apreciar la relevancia de lo frágil. El fulgor de la desmesura esparce su bruma por doquier y relega al ostracismo los tímidos centelleos de la cotidianeidad.
En el atardecer, los hogares se iluminan. De día, su actividad se diluye en medio del trajín. De noche, su existencia deviene presencia. Las parejas, las familias, los que tan solo comparten mesa y televisor o los que viven acompañados de sus recuerdos alumbran el anochecer.
La antorcha del amor adquiere su brillo más excelso en los momentos más aciagos de la humanidad. En la desgracia, refulge con un ímpetu insospechado, la solidaridad. Y en las crisis personales, cuando lo más lóbrego se adueña de nuestros adentros, vislumbramos la compañía de lo que en pleno día resultaba imperceptible. Percibimos lo tenue, sutil y titubeante. Es el faro que en la lejanía nos ubica en nuestro mar de incertidumbres, el asidero que nos sostiene en los vaivenes de la tormenta, el bálsamo que acaricia nuestras heridas, la semilla de lo nuevo que aún no ha germinado.
Tal vez los versos de san Juan de la Cruz se referían a todo ello al describir la noche oscura, la noche que guía, la noche más amable que la alborada. Desde esta experiencia nuestra mirada se podrá habituar a la penumbra de un establo para captar, con asombro, una Presencia oculta en los recovecos de la humanidad. La Navidad es el ocaso de la noche. Pero primero hay que cruzar la oscuridad.