Algunos aspectos éticos de la pandemia del COVID-19
La pandemia del COVID-19 nos ha golpeado a todos. Y seguimos atrapados en su repercusión. Hablamos de la repercusión sanitaria, de la repercusión económica, social y política. Pero tendríamos que añadir también su inmensa repercusión ética, que debería de marcar un salto cualitativo en nuestra manera individual y colectiva de entender la convivencia humana, así como su organización y gestión. Intento explicarme con algunos aspectos de la pandemia que tienen, a mi entender, una relevancia ética inevitable y que no podemos, de ninguna manera, obviar de ahora en adelante. Ciertamente no se trata de un análisis exhaustivo pero espero que significativo.
La vulnerabilidad humana
La pandemia ha puesto en evidencia la vulnerabilidad de la especie humana. Hemos vivido en la creciente arrogancia de la grandeza y fortaleza humanas, avaladas por unas ciencias y unas específicas ciencias médicas altamente sofisticadas y exitosas. Pero, de repente, aparece un virus nuevo que abre esta arrogancia y la convierte en miedo y doblegamiento, que no en la absurda negación de la trágica realidad que han pretendido algunos dirigentes políticos descerebrados.
La pandemia es y tiene que ser un clamor para replantear la entidad, al mismo tiempo grandiosa pero también frágil, del ser humano. Y también su relación con el medio en el que vive, del cual es administrador pero de ninguna manera señor arbitrario. El saber es poder, pero el poder no se puede ejercer prescindiendo de la vulnerabilidad humana ni de los delicados equilibrios del medio natural en el que nos movemos, porque entonces se nos gira en contra.
La globalización planetaria
La pandemia también patente en un hecho que formulamos hace tiempo sin analizarlo en todas sus implicaciones: la globalización, la inexorable interrelación entre todos los países, la disminución radical de las distancias geográficas, la insuficiencia de reducir problemas a pequeñas cuestiones territoriales. Todos estamos inexorablemente interrelacionados. Y eso era verdad ya antes de la pandemia. Pero me parece que en Occidente nos lo mirábamos desde el palco del bienestar, cuando los problemas serios, migraciones, guerras, hambre endémica... eran problemas locales que tocaban nuestro corazón pero no nos afectaban directamente porque no recibíamos directamente las consecuencias. Ahora esto se ha trastocado. Y era necesario que fuera así. La globalización no es más que un gran mercado del que poderse aprovechar sino que también, y ahora vemos que sobretodo, una interdependencia que ya es inevitable y que es necesario asumir en todas las dimensiones e implicaciones.
La comunidad responsable
Hemos vivido como herederos de un liberalismo que algunos proclamaban vencedor absoluto en la contesta ideológica entre el capitalismo y el comunismo que ha marcado buena parte de la segunda mitad del siglo XX. Y esto ha querido decir la proclamación, por encima de todo, de los derechos individuales. No se trata ahora de negar la importancia de los derechos humanos individuales, de ninguna manera, pero sin despreciar tampoco los derechos colectivos y los derechos que se derivan.
La pandemia nos ha hecho ver la insostenibilidad del viejo axioma según el cual cada uno de nosotros tiene derecho a vivir como quiera mientras no haga daño visible o directo a nadie. Porque el mal también puede ser invisible e indirecto, como en la forma de contagio ciertamente no querido pero igualmente efectivo. Y esto nos tendría que responsabilizar. El bienestar de todos para por la consideración de la manera como mi conducta individual, o de pequeño grupo, repercute sobre el resto de la sociedad. Somos, no es una opción, una comunidad. Y por esto, de alguna manera es necesario profundizar, responsables todos los unos de los otros. Ya no podemos atribuirlo todo a mandatarios diversos y dispares, a sus aciertos o errores, que también son importantes, sino que hemos de ensanchar el abanico y preguntarnos de que manera es nuestro actuar, nuestro estilo de vida, afecta a la salud y al bienestar de todos.
La priorización sanitaria
Y finalmente un aspecto directamente sanitario. La pandemia nos ha hecho descubrir, con crudeza y a veces con crueldad, el funcionamiento interno de ciertas maquinarias sanitarias: delante de la escasez de recursos, ¿cómo era necesario administrarlos delante del número desbordante de necesidades de atención sanitaria? Y ha aparecido la discriminación en clave utilitarista: la gente mayor, con más esperanza de vida, ha sido a veces, no siempre ni para nadie, arrinconada silenciosamente, hasta que ha estallado un escándalo mediático que tampoco ha ayudado a afinar un tema tan delicado. Es evidente que es necesario priorizar en el escenario pandémico en el que nos hemos encontrado. Pero en ningún caso esto quiere decir seleccionar unos ciudadanos por encima de otros. Quiere decir, en cambio, adoptar las mejores y debidamente proporcionadas medidas de cada persona y en cada franja de personas. El abandono no es nunca una posibilidad sanitaria, nunca. Y la muerte en las mejores condiciones posibles, acompañada de la mejor manera posible, también es un deber deontológico indiscutible.
Hay muchas cuestiones bioéticas en juego que se han evidenciado durante esta pandemia. No es este el sitio para ser exhaustivos. Pero no puedo renunciar, aquí, a reafirmar la inviolable sacralidad de la vida humana, de toda la vida humana. Y los deberes no solo sanitarios, sino también culturales, sociales y políticos que implica esta sacralidad. Deberes de proximidad, familiares, de aquellos que no se pueden contentar con legar a una institución el cuidado de sus abuelos o enfermos. Deberes institucionales sobre el funcionamiento de entidades que se arrogan estar al Servicio de las personas vulnerables y en cambio se convierten a veces en negocios flagrantes. Deberes culturales, sociales y políticos, en la concepción y ordenación del cuidado de las personas más débiles y del adecuado acompañamiento de los momentos de especial vulnerabilidad que les conciernen.
Epílogo breve
La pandemia sigue. Nos hará sufrir. Puede que nos afecte gravemente, a ti o a mí. Pero esperamos que sea también, para toda la humanidad, un momento de descubrimiento y de aprendizaje a todos los niveles mencionados. Y más, si es necesario.
Y por cierto, la Pontificia Academia para la vida publicó en 22 de julio, un documento que recomiendo vivamente: “Humana comunitas en la era de la pandemia: consideraciones intempestivas sobre el renacimiento de la vida” (http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_academies/acdlife/documents/rc_pont-acd_life_doc_20200722_humanacomunitas-erapandemia_sp.html). Seguro que leyéndola, encontraréis más y mejores observaciones que las que aquí he procurado formular brevemente.