Adviento: recomenzar- Reconectarse con lo esencial
Una vez más, comenzamos el camino del Adviento, inicio del Año Litúrgico, durante el cual contemplaremos y celebraremos los diferentes acontecimientos de la vida de Jesús.
El Adviento abre la puerta a la celebración de la Navidad. El núcleo de esta celebración es DIOS CON NOSOTROS: Dios no abandona a la humanidad a su suerte, como un barco a la deriva en alta mar. El Dios de Jesús es un Dios encarnado que se despoja de su condición divina para hacerse uno de nosotros. Baja a la tierra de los humanos y asume la condición humana. Toma un nombre: Jesús de Nazaret, hijo de José y de María. Se hace en todo igual a nosotros —como dice San Pablo— menos en el pecado. Él viene a liberarnos del mal, del pecado y de todo aquello que pueda esclavizar al ser humano. Y lo hace de una manera profundamente humana: se hace carne en las entrañas de una mujer, María. “Nacido de mujer”.
Este Dios encarnado es el mismo que, treinta y tres años después, será perseguido, torturado y crucificado. Pero Dios no muere. El Crucificado es el Resucitado, el mismo que asciende al cielo. Dios baja y sube. Es el mismo Dios. Cielo y tierra se unen bajo la luz del Resucitado.
El Adviento nos prepara para recibir este gran misterio de Dios con nosotros. Dios viene de manera silenciosa, sin hacer ruido, en la paz y armonía de una cueva de pastores. Llega para anunciarnos un mensaje de justicia, fraternidad, libertad y salvación. En realidad, Él es la salvación, la plenitud y la felicidad que puede llenar nuestro corazón sediento de agua de vida, de sentido que oriente el despertar de cada día, que puede encender un fuego que caliente nuestro interior.
Mientras avanzamos en el camino, experimentamos el cansancio, las dudas, los miedos y el desánimo, como los discípulos de Emaús. Sentimos la tentación de volver atrás o buscar otros caminos que parecen más fáciles y cómodos: el consumismo, la indiferencia, la autorreferencialidad y tantos otros que nos dejan un regusto de vacío, tristeza, insatisfacción, inquietud… Es el momento de escuchar nuestro corazón y confiar en esa primera voz que nos dice nuevamente: “¡Oh, insensato y necio de corazón! ¿No recuerdas lo que dicen las Escrituras sobre Jesús de Nazaret?”
Ante la realidad de este mundo, el llamado del Adviento a la esperanza no puede dejarnos indiferentes. Admiro la respuesta solidaria de las personas ante la desgracia de las inundaciones en Valencia: los voluntarios y voluntarias que donan su tiempo y no temen ensuciarse de barro, la movilización social, la disponibilidad de las organizaciones religiosas y civiles para ofrecer su ayuda. Sin duda, es una experiencia de Adviento que nos hace revivir la esperanza en un cielo y una tierra nuevos, donde volvamos a escuchar: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra”, porque Dios nos visita para restablecer la dignidad humana y traer prosperidad y bienestar a nuestra tierra.
El Adviento es también una llamada a vivir el compromiso cristiano. Es necesario no perder la conexión y vivir conectados con nosotros mismos, con los demás y con Dios. Necesitamos buenas dosis de silencio ante tanta palabra vacía; reconectar el Wi-Fi del teléfono de la escucha, leer y orar atentamente la Palabra de Dios, compartir con nuestra comunidad cristiana, celebrar juntos la Eucaristía de manera activa para no perder la orientación del camino que nos lleva a Belén, a las periferias, a Galilea… Porque allí lo veremos. Buen camino de Adviento.