65 años de lucha contra el hambre
Este domingo se celebra la Jornada de Manos Unidas con el lema «Compartir es nuestra mayor riqueza». Este año, esta institución de la Iglesia católica quiere dejar constancia de la labor que realiza con una celebración especial: 65 años al lado de los más desfavorecidos.
Esta asociación fue fundada por un grupo de mujeres, vinculadas a la Acción Católica, que unieron sus manos y esfuerzos para visibilizar y luchar contra el hambre y la pobreza en el mundo. No podían concebir que en muchos rincones del mundo se padeciera hambre y reaccionaron ante esta cruda realidad. Lo hicieron sin dudar, con determinación. Ellas acogieron la súplica del Señor que nos dice: «Dadles vosotros de comer» (Lc 9,13). Estas hermanas nuestras fueron un testimonio del amor de Dios por la humanidad sufriente.
Manos Unidas, a lo largo de todos estos años, ha ayudado a transformar la injusticia en proyectos de desarrollo para los países más pobres. Y es que, cuando unimos esfuerzos, los frutos se multiplican. Manos Unidas, inspirada en Jesucristo, continúa trabajando por la dignidad de las personas. Ahora con más herramientas que en sus inicios, pero siempre con el afán de hacerlo con humanidad, encarnados en la realidad y la cultura del lugar, y con respeto por el entorno.
Según Manos Unidas, en el mundo hay 783 millones de personas que padecen hambre. Esta cifra es alarmante, porque representa aproximadamente una octava parte de la población mundial, es decir, una de cada ocho personas sufre hambre. Parece increíble que en la era de las tecnologías más avanzadas, todavía falten los alimentos básicos para muchas personas. «¿Cómo juzgará la historia a una generación que tiene todos los medios necesarios para alimentar a la población del planeta y que se niega a hacerlo por una ceguera fratricida? [1]» Esta es la pregunta que ya se hacía san Juan Pablo II hace más de treinta años.
Hacen falta muchos panes y planes de acción para llegar a todos y erradicar el hambre, y son necesarias muchas manos unidas para cambiar el rumbo de ciertas inercias. Es una alegría saber que muchas personas anónimas comparten sus recursos, su tiempo, su ilusión y su oración para llevar a cabo iniciativas preciosas de ayuda a los demás. Si somos capaces de hacer el gesto de compartir, su efecto se multiplicará como una onda expansiva y no habrá quien lo detenga. Cuando compartimos y damos algo con alegría, recibimos mucho más. Y experimentamos lo que leemos en el libro de los Hechos de los Apóstoles: «Hay más felicidad en dar que en recibir» (Hch 20,35).
Este viernes, en la basílica de la Sagrada Familia, he tenido la alegría de presidir una misa en acción de gracias por los 65 años de Manos Unidas. Gracias, Manos Unidas, por vuestra lucha decidida contra el hambre en el mundo. Gracias por ayudarnos a tomar conciencia. Gracias por creer que es posible erradicarla. La colecta de este domingo en todas las parroquias y comunidades cristianas está destinada a esta institución y a la labor que realiza. ¡Os animo a participar! Os animo a visitar su web y ver todo lo que se puede lograr con vuestra colaboración.
Queridos hermanos y hermanas, escuchemos también nosotros la súplica de Jesús y seamos generosos. Colaboremos en iniciativas humanitarias como la de Manos Unidas, que apelan al sentido comunitario de nuestra fe. Hagamos que nuestras acciones se conviertan en un bálsamo para los más desfavorecidos. Hagámoslo precisamente en este año jubilar de la esperanza, en el que el Papa ha dispuesto que estas colaboraciones económicas puedan prepararnos para recibir una indulgencia plenaria.