El sentido (bíblico) de la Semana Santa
Empiezo con una afirmación rápida: lo que celebramos los días de Semana Santa constituye el núcleo del evangelio, y si mucho me apuráis, constituye el Evangelio. Así lo encontramos en 1 Cor 15,1-5:
Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os anuncié, que recibisteis y en el que habéis perseverado… Porque yo os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras; que se apareció a Pedro y luego a los doce…
Por tanto, el evangelio se reduce (en el mejor sentido del término) a lo ocurrido en Semana Santa. Este apunte sitúa el género literario «evangelio», que pasa por ser una aproximación al itinerario vital de Jesús, en su lugar exacto. Los Sinópticos distribuyen el itinerario vital de Jesús con un esquema simple: (a) nacimiento (sólo Mateo y Lucas), (b) ministerio en Galilea, (c) camino hacia Jerusalén, (d) últimos días en Jerusalén. Pues bien, el último elemento del esquema carga con buena parte del peso de los evangelios. Mateo dedica 8 capítulos de un total de 28 (28,6% del evangelio) a los últimos días de Jesús. Marcos aumenta el porcentaje hasta el 37,5% (6 capítulos de un total de 16). Y Lucas se sitúa en el 23% (6 capítulos de 24). Conclusión: lo ocurrido durante la Semana Santa representa entre una tercera y una cuarta parte de todo el Evangelio, en números redondos, ¡¡¡para explicar una sola semana de toda la vida de Jesús!!! Añadamos a esto que lo ocurrido durante la Semana Santa se reduce a cuatro días: la entrada en Jerusalén, la última cena, la muerte, y las apariciones del resucitado cuando se constata que la tumba está vacía. ¿Alguien recuerda qué hizo Jesús el lunes, martes o miércoles santo?
¡Imaginad qué significa el hecho de contar la vida de Jesús centrándolo casi todo en cuatro días! Estos días son esenciales para entender quién es Jesús. Más que episodios añadidos en continuidad a episodios anteriores, son su culminación. Sin esta semana no se entiende nada de Jesús. Un episodio ilustra muy bien esto: la multiplicación de los panes y los peces («Jesús tomó entonces los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los fue dando a los discípulos…»). Resulta imposible que este episodio y el de la última cena no remitan el uno al otro.
El evangelio de Juan (dedica 10 capítulos de un total de 21 a la última semana de Jesús, un 47,6%, ¡casi la mitad del evangelio!) va en la misma línea, aunque más exagerada. En 2,22 (discusión sobre el templo), el evangelista avisa: «Por eso, cuando Jesús resucitó de entre los muertos, los discípulos recordaron lo que había dicho, y creyeron en la Escritura y en las palabras que él había pronunciado». Curiosamente lo dice aquí, sin esperar a hacerlo cuando Jesús resucita. Los hechos y las palabras de Jesús se entienden a la luz de la Pascua en el momento en que suceden. Otro ejemplo de Juan: «El que come este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo» (6,51). Jesús no pronuncia estas palabras durante la última cena, ¡sino en otra ocasión! La última cena se centra en el lavatorio de pies: «Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (13,1); «Os he dado un nuevo mandamiento, para que hagáis lo que yo he hecho con vosotros» (13,15); «Os doy un mandamiento nuevo: Amaos los unos a los otros. Como yo os he amado, así también amaos los unos a los otros» (13,34). Y, además, el evangelista dispone la última cena como un gran espacio en el que Jesús transmite su testamento (su alianza) a lo largo de cinco capítulos (caps. 13-17). La Semana Santa actúa como el Espíritu que Jesús promete: «El Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que recordéis lo que yo os he enseñado y os lo explicará todo» (14,26).