El Mandala: un camino hacia la sanación y el autoconocimiento
La conferencia sobre «La psicología y simbolismo del mandala», presentada por María Mora Viñas, nos ofrece una mirada profunda y conmovedora sobre la relevancia de este antiguo símbolo en nuestra búsqueda de sanación y autocomprensión. El mandala se revela no solo como una forma de arte, sino como una poderosa herramienta de transformación personal que conecta nuestras emociones con nuestro ser consciente. Todo su análisis se recoge también en el libro Introducción a la psicología del mandala.
Mora, con su vasta experiencia en psicología analítica y su propio recorrido de sanación tras enfrentar el cáncer, defiende que los mandalas son más que simples dibujos; son un puente entre nuestro mundo interno y externo. La oradora destaca que el mandala es un «símbolo de símbolos», un portal que nos permite explorar y expresar lo que a menudo no podemos verbalizar. En su forma circular y su centro, el mandala nos invita a un viaje interior hacia la búsqueda de nuestro yo auténtico, representando un proceso de integración y sanación que es muy necesario en tiempos de crisis.
La capacidad de los mandalas para reflejar y capturar nuestro estado emocional es, quizás, su característica más poderosa. Cuando enfrentamos momentos difíciles, como la enfermedad o el sufrimiento, estos símbolos emergen como un refugio, recordándonos que siempre hay un centro en nosotros desde el cual podemos reorientarnos. Este aspecto del mandala se convierte en un espacio de reflexión y transformación, donde el dolor se puede procesar y la incertidumbre, ser abrazada.
El enfoque de M. Mora invita a considerar el mandala como una representación visual de nuestro estado anímico. En este sentido, la creación de un mandala se convierte en un acto de introspección y autoconocimiento. Al dibujar y colorear, podemos dar forma a nuestras emociones y, de este modo, facilitar un diálogo interno que nos permita entender y aceptar nuestras experiencias. Como bien señala la psicóloga, la tarea de interpretar estas imágenes y llevar sus enseñanzas a nuestra vida diaria es una responsabilidad personal que debemos asumir activamente.
El viaje hacia el autoconocimiento que nos propone el mandala trasciende lo personal. Nos recuerda que, en un mundo donde lo individual se ha elevado a la máxima expresión, somos parte de un entramado más amplio de conexiones y experiencias. Este símbolo nos invita a dejar atrás el prejuicio occidental que nos coloca como protagonistas absolutos, y a abrazar nuestra existencia como parte de una totalidad mayor. Cada mandala que creamos es un recordatorio de que nuestro ser es una de esas pequeñas luces de la conciencia que, aunque a menudo pasamos por alto, son esenciales para la armonía del todo.
La psicología analítica de Carl Jung nos ofrece una base teórica sólida para comprender la importancia de los símbolos que emergen del inconsciente. Jung percibió que lo que dibujamos de forma espontánea puede revelar conflictos internos que no hemos logrado identificar. Así, el mandala se convierte en un mapa que señala hacia dónde se dirige nuestra energía vital, un camino que nos guía a lo más profundo de nuestro ser. En este sentido, el proceso de creación se transforma en un reflejo de nuestra búsqueda interna, donde cada trazo y color representa una faceta de nuestra experiencia vital.
En tiempos de crisis, el mandala se erige como un faro que nos guía hacia la integración y la reconstrucción de una identidad ética. En medio del caos, puede surgir una imagen compensadora que nos ofrezca equilibrio y vitalidad. La mariposa, símbolo de transformación, o el niño que brota de un huevo, representan el renacimiento y el nuevo centro de la personalidad que emerge tras la tormenta.
Sin embargo, es crucial reconocer que la atención a nuestra vida espiritual y emocional es una responsabilidad que a menudo se ignora. Ignorar los mensajes que emergen de nuestro inconsciente significa perder la oportunidad de alcanzar una totalidad que trasciende el yo individual. En este sentido, el mandala nos invita a escuchar lo que el inconsciente tiene que decirnos, a honrar la luz que reside en nuestro interior, incluso en los momentos más sombríos.
El impacto de las fuerzas oscuras en la moral y el sentido ético de los individuos en tiempos de guerra nos lleva a reflexionar sobre la fragilidad de la psique humana. En momentos de caos, los mandalas pueden ser un intento de restaurar el equilibrio perdido, un símbolo de esperanza que nos recuerda que siempre hay espacio para la reflexión, la creatividad y la reconstrucción de nuestra humanidad.
En conclusión, el mandala, como símbolo de unidad y totalidad, nos ofrece un camino hacia la sanación y el autoconocimiento. La experiencia compartida por M. Mora es un recordatorio de que, a través de la espontaneidad del dibujo, podemos descubrir y expresar lo que llevamos dentro. En este viaje hacia el centro, no solo contribuimos a nuestro bienestar personal, sino que también participamos en la construcción de un mundo más armonioso, donde cada pequeña luz de la consciencia se suma al resplandor colectivo de la existencia. En última instancia, el mandala nos invita a abrazar nuestra humanidad en su totalidad, reconociendo que, aunque enfrentemos desafíos, siempre hay un centro en nosotros que puede guiarnos hacia la luz.