Adviento: la pregunta desconocida
El año litúrgico empieza con el tiempo de Adviento. Cada tiempo litúrgico conecta, por lo menos, con una dimensión antropológica y la transfigura en una actitud teologal. El Adviento se enraíza en la esperanza, que el diccionario define como “Estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea.”. No obstante, a veces la esperanza se confunde con optimismo o expectativa. Tienen alguna cosa en común pero son diferentes. La expectativa es más bien autorreferencial. Implica una proyección de los propios deseos. Por esto, me parece muy sugerente lo que dice Vaclav Havel: “Esperanza no significa estar seguro de que alguna cosa saldrá bien, sino tener la certeza de que alguna cosa tiene sentido, no importa cuál sea el resultado”. Por tanto, la pregunta llana es: ¿Qué espero?.
Cuando esta esperanza se abre a Dios resulta virtud teologal. La Iglesia, en su itinerario litúrgico de Adviento, concentra su mirada en tres momentos claves: la primera venida y la última venida, así como el periodo entre estas dos venidas. La primera se concentra en el nacimiento de Jesús en Belén, memoria de la fiesta que estamos a punto de celebrar en el día de Navidad, el 25 de diciembre. Los pesebres, el canto de los villancicos, los encuentros familiares... acostumbran a crear un escenario vinculado a esta celebración.
Las luces de las calles, las campañas comerciales, los pesebres vivientes, las tradiciones multiseculares refuerzan el tono alegre y festivo. La última venida, la venida escatológica, se producirá al final de los tiempos. Se expresa a través de las imágenes del juicio final, que ha sido inmortalizado a través del arte. La pintura más conocida corresponde a la de Michelangelo en la Capilla Sixtina del Vaticano. Las preguntas del examen final están recogidas en el capítulo 25 del evangelio según san Mateo: “Porque tenía hambre, y me vestisteis; estaba enfermo, y me vinisteis a visitar; estaba en la cárcel, y vinisteis a verme.”
La presencia de Jesús no se reduce al inicio y al final. Entre estos dos periodos, Jesús se hace presente a través de la Palabra de Dios, a través de la Eucaristía en la consagración del pan y del vino en el cuerpo y la sangre, a través de la comunidad (“donde se reúnen dos o tres en mi nombre, yo estoy entre ellos. Mt 18,20), a través de los pobres y de los éxodos, que pasan hambre. Esta dimensión del Adviento suelen diluirse en la inconsciencia. La primera y la última venida han concentrado más la atención a lo largo de los siglos. Las obras artísticas así lo reflejan. La venida cotidiana es la más determinante desde la óptica de la fe y de la espiritualidad.
Aun en la mejor de las situaciones, acostumbramos a encontrarnos delante de la pregunta desconocida en el tiempo de Adviento. “¿Qué esperamos nosotros?” es una pregunta muy importante, básica, fundamental. Pero la pregunta desconocida es otra y va más allá. Revoluciona con fuerza nuestra vida: “¿Qué espera Dios de ti?, ¿que espera Dios de mi?”. Si respondes con generosidad esta pregunta, habrás descubierto una nueva dimensión del Adviento, que suele esconderse. Y la respuesta vital que le des, te puede llevar a horizontes imprevisibles.