El discurso teológico es desafiante, sorprendente y sorprendido, porque hablar de aquello que va más allá del contraste supone apuntarse tanto a la necesidad del desafío como sorpresa que haya estado posible esta necesidad. Para hacernos una idea de esto, es necesario que nos situemos en el ámbito donde la sorpresa y el desafío pueden darse: el ámbito del contraste. 

La primera parte de este trabajo describe el contraste como la manera en que la realidad espacial y temporal se nos da y podemos denominarla. Así como no podemos percibir el movimiento como tal si no es en referencia a un punto fijo, es decir, sin estar vinculado de alguna manera a aquello que no es, cada elemento de la realidad espacio-temporal adquiere su concreción en contraste con el fondo que no es este elemento. Ahora bien, el contraste no consiste únicamente a aparecer de cada elemento en su concreción distintiva, sino que también es generador de tensión, puesto que nosotros mismos nos hacemos en el contraste: el "sí" a nuestro yo futuro es uno constando "no" al yo presente, aunque imposible sin este. La acción entra así en escena, mostrando la importancia de las cuestiones de la ética y del sentido en el ámbito del contraste. Pero podemos asegurar que el bien perseguido por la mejor de las acciones nunca causará mal? Acaso nuestros esfuerzos no están condenados a finalizar con la victoria del segundo elemento del binomio de contraste vida/muerto?

La Pureza, a la cual apunta la segunda parte del trabajo, aparece como respuesta a estas cuestiones: un Bien puro, previo a las intenciones y al contraste con el mal, como alimento de acciones que desafían al peso de la tensión del binomio vida/muerto. 

Teología como discurso del desafío fundamentado en la Pureza, no obstante, también de la sorpresa -descrita en las conclusiones- que tendría que producirnos el hecho que el Sí puro de Dios, el Sí del inexpresable "antes" de los contrastes, haya creado para ellos tiempos y lugar.