Un encuentro en el desierto con el “Dios que ve”
Hay un texto del libro del Génesis que resulta significativo. En el capítulo 16 de este libro se nos dice que Sara, celosa por la maternidad de Agar, su esclava, la trata mal y Agar, desesperada, huye al desierto.
Respondió Abram a Saray: «Ahí tienes a tu esclava en tus manos. Haz con ella como mejor te parezca.» Saray dio en maltratarla y ella huyó de su presencia.La encontró el Ángel de Yahveh junto a una fuente de agua en el desierto - la fuente que hay en el camino de Sur - y dijo: «Agar, esclava de Saray, ¿de dónde vienes y a dónde vas?» Contestó ella: «Voy huyendo de la presencia de mi señora Saray.» «Vuelve a tu señora, le dijo el Ángel de Yahveh, y sométete a ella.» Y dijo el Ángel de Yahveh: «Multiplicaré de tal modo tu descendencia, que por su gran multitud no podrá contarse.» Y díjole el Ángel de Yahveh: Mira que has concebido, y darás a luz un hijo, al que llamarás Ismael, porque Yahveh ha oído tu aflicción. Será un onagro humano. Su mano contra todos, y la mano de todos contra él; y enfrente de todos sus hermanos plantará su tienda.» Dio Agar a Yahveh, que le había hablado, el nombre de «Tú eres El Roí», pues dijo: «¿Si será que he llegado a ver aquí las espaldas de aquel que me ve?» Por eso se llamó aquel pozo «Pozo de Lajay Roí». Está entre Cadés y Béred. Agar dio a luz un hijo a Abram, y Abram llamó al hijo que Agar le había dado Ismael. (Gn 16,6-15).
Agar está asombrada. “El Dios que la ha visto”, que ha puesto en ella su mirada, le ha regalado un germen de vida: un hijo. La mirada de Dios es siempre fecunda y hace germinar en nosotros la vida. Puede sorprendernos la expresión “ver las espaldas” de Dios. Era sentir común en la mentalidad semita que uno no puede ver el rostro de Dios estando con vida porque esto implica que ha desaparecido la frontera entre el finito y el infinito. Anhelar ver el rostro de Dios nos habla de intimidad. Recordemos como en el libro del Éxodo se nos narra que Moisés pide a Dios que le muestre su rostro, y prestemos atención a la respuesta que recibe: «mi rostro no podrás verlo; porque no puede verme el hombre y seguir viviendo.» Luego dijo Yahveh: «Mira, hay un lugar junto a mí; tú te colocarás sobre la peña. Y al pasar mi gloria, te pondré en una hendidura de la peña y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. Luego apartaré mi mano, para que veas mis espaldas; pero mi rostro no se puede ver.» (Ex 33,20-23)
A Moisés se le concede también ver “las espaldas de Dios”, expresión cargada de simbolismo. Ver las espaldas de Dios significa ver las huellas que su paso ha dejado en nuestra vida. Es difícil ver el paso de Dios en el momento mismo, pero al cabo de un tiempo percibimos que en aquella circunstancia, en aquel suceso, ahí estaba Dios. Y son esas huellas las que nos invitan al seguimiento.
Volvamos junto a Agar. Este texto nos muestra cómo el Dios de Israel se preocupa por hombres y mujeres sea cual sea su condición. Nadie le es ajeno. La pregunta: ¿De dónde vienes y dónde vas? nos indica la relación personal que se establece entra Dios y la mujer. Resulta significativo el interés de Dios por nuestra situación personal, por cómo me siento, por cómo vivo una determinada situación. –¿Agar ¿de dónde vienes y a dónde vas? Son preguntas sapienciales que podemos aplicarnos también hombres y mujeres de hoy en este tiempo de cuaresma, en nuestros desiertos respectivos. En un clima de intimidad, en la oración, tal vez podríamos contestar: –Señor vengo de ti y voy hacia ti.
El texto nos presenta a Agar con la verdad por delante, sin buscar subterfugios. No se excusa. Es sincera y dice sencillamente que ha huido. No podemos escabullirse ante las dificultades; no podemos huir ni de personas ni de situaciones. Por eso se le dice a Agar que vuelva a su señora. Un detalle: no hay reproches. Sólo se le dice que vuelva a su dueña porque evadirse no es bueno. Al final a ella, una mujer esclava, se le hace misma promesa que a Abraham: la bendición de un hijo, símbolo de futuro, de bendición. La bendición de Dios no puede ser patrimonio exclusivo de nadie. Agar se convierte en matriarca gracias a la bendición de Dios que “la ha visto” en su aflicción.
Avancemos un poco más en el texto cuando se nos narra que Agar ya no huye, sino que es expulsada:
Levantóse, pues, Abraham de mañana, tomó pan y un odre de agua, y se lo dio a Agar, le puso al hombro el niño y la despidió. Ella se fue y anduvo por el desierto de Berseba. Como llegase a faltar el agua del odre, echó al niño bajo una mata, y ella misma fue a sentarse enfrente, a distancia como de un tiro de arco, pues decía: «No quiero ver morir al niño.» Sentada, pues, enfrente, se puso a llorar a gritos. Oyó Dios la voz del chico, y el Ángel de Dios llamó a Agar desde los cielos y le dijo: «¿Qué te pasa, Agar? No temas, porque Dios ha oído la voz del chico en donde está. ¡Arriba!, levanta al chico y tenle de la mano, porque he de convertirle en una gran nación.» Entonces abrió Dios los ojos de ella, y vio un pozo de agua. Fue, llenó el odre de agua y dio de beber al chico. Dios asistió al chico, que se hizo mayor y vivía en el desierto, y llegó a ser gran arquero. (Gn 21,14-20)
En Agar el llanto se convierte en oración de intercesión. Y de nuevo la pregunta que denota un especial interés: –¿Qué tienes Agar? Dios ya lo sabe, pero quiere que la mujer se exprese. Esto es consolador, pensar que incluso el llanto de quien sufre y se compadece se eleva hasta el Compasivo por excelencia. El llanto de Agar es oración de intercesión. Oyendo llorar a la madre, Dios siente llorar al niño, porque el texto no dice que el niño llore, sino que la que llora es la madre.
"Dichosos los que lloran, porque serán consulados", dirá más tarde Jesús de Nazaret. La solidaridad en el dolor llega al corazón de Dios que da una respuesta. Jesús se hará también solidario de nuestro dolor, hará suyos nuestros lamentos y es precisamente a través de esa solidaridad que Dios nos está dando una respuesta.
Dios responde, pero hay que prestar atención al “cómo” responde. Le abre los ojos para ver un pozo. También en la resurrección a los discípulos atribulados se les abrirán los ojos. (Emaús) Una vez más, Dios no elimina el desierto, no elimina la dificultad, sino que nos da fuerzas para superarla. Y, acto seguido, una orden: 'dar la mano'. (Tarea educativa) Una orden singular y muy elocuente. Es lo que hará Jesús con la hija de Jairo, la tomará de la mano y le devolverá la vida.
Preguntémonos también cada uno, cada una de nosotras hoy: En este momento de mi vida, ¿de dónde vengo? ¿Hacia dónde voy? ¿Intento evadirme de alguna persona o situación? ¿Qué pozos tengo a mi alcance? ¿Dejo que Dios me abra los ojos? ¿A quién debo dar la mano?
Cuando acogemos la mirada de Dios, hacemos posible que Dios nos abra los ojos. Recordemos el gran texto de la bendición sacerdotal:
Yahveh te bendiga y te guarde;
ilumine Yahveh su rostro sobre ti y te sea propicio;
Yahveh te muestre su rostro y te conceda la paz. (Nm 6,24-26)
La mirada de Dios es siempre engendradora de shalom, de plenitud. Esto es lo que experimentaba el autor del salmo 4, que se nos presenta en completas, cuando dice:
Tú has dado a mi corazón más alegría
que cuando abundan ellos de trigo y vino nuevo.
En paz, todo a una, yo me acuesto y me duermo,
pues tú solo, Yahveh, me asientas en seguro. (vv. 7-9)
Démonos cuenta de que esta mirada de Dios no es una mirada que pueda atemorizar como se nos decía en la infancia al presentarnos un ojo enmarcado en un triángulo; el salmista sabe, porque lo ha experimentado, que la mirada de Dios es siempre garantía de protección.