Teresa de Jesús para el siglo XXI
Hoy en día, hablar de relación de amistad con Dios nos parece de lo más normal, y difícilmente podría ser de otra manera, sin embargo en el siglo XVI, hablar de amistad con Dios como categoría teológica era una absoluta novedad, más aún, como amistad a la que todos estaban llamados, y de la que todos eran capaces. He allí la novedad de Teresa de Jesús en un tiempo en el que se compraban las indulgencias, en un tiempo en el que el rigor ascético se imponía sobre el amor, y en el que la santidad estaba reservada solo para unos pocos consagrados, y nadie más.
En Teresa, ser orantes es ser amigos, es pasar de siervos del temor servil a siervos del amor misericordioso, y desde esa perspectiva se abren las puertas de la santidad a todas aquellas personas, hombres y mujeres, consagrados o laicos, cristianos viejos o conversos, letrados o legos, que verdaderamente aman a Dios, siendo el punto de partida su visión antropológica como imagen y semejanza de Dios, como morada de Dios y paraíso en el que el Rey tiene sus deleites (1M1, 1).
De allí que su itinerario espiritual se sostenga sobre dos grandes pilares: el del conocimiento propio y el del conocimiento de Dios; lo humano y lo divino se dan la mano para revelarse el uno al otro progresivamente, pues la persona irá descubriendo su verdadera identidad como imagen y semejanza de Dios en tanto en cuanto descubra y experimente el Dios de las misericordias, el Dios de Jesús… el Dios sabio, poderoso, limpio, y lleno de todos los bienes (1M1, 1), “lento a la cólera y rico en piedad” (Salmo 144, 9), pues sería insostenible ser imagen y semejanza de un Dios castigador, injusto, excluyente, vengador, que se compra y que entra en la dinámica del chantaje, la intolerancia y la exclusión.
Esa ha sido la gran revelación de Dios en su Hijo Jesucristo, la revelación de su infinita y absoluta misericordia que trastoca toda lógica, “escándalo para los judíos, y locura para los gentiles” (1 Co 1, 23); revelación que Teresa ha experimentado y de la cual quiere hacernos partícipes. He allí su experiencia mística al margen de los fenómenos místicos; experiencia transformante y transformadora.
Teresa reconoce la belleza del alma como “un diamante o muy claro cristal”, porque es capaz de reconocerse como “paraíso adonde dice Él tiene sus deleites”, donde el hombre y la mujer son glorificados y juzgados dignos de la participación divina; el reconocer su verdadera belleza y dignidad, pasa por experimentar la belleza y la dignidad de Aquel que la habita (1M1, 1). Ésta es la “altísima vocación a las que las personas han sido llamadas desde su creación”, su auténtica naturaleza que sólo se explica con su origen divino. Conociéndose, Conociéndole.
“La persona humana actúa desde la visión y la comprensión que tiene de sí”. Ese reconocerse esencialmente buenos y habitados por el Sumo Bien, marca la diferencia, e introduce a la persona en un proceso de transformación interior, de deseo de configuración en Cristo, que en lo exterior se va traduciendo en un nuevo tejido de relaciones humanas basadas en el Amor, el perdón, la gratuidad, la acogida del otro en toda su realidad, de donde emana la fraternidad, la justicia, y la paz… ¡el dichoso Reino! Esas son las obras que quiere el Señor… esa es la verdadera perfección… Teresa fue para su tiempo portavoz de la nueva evangelización basada en la profunda renovación espiritual de cada uno de los miembros de la Iglesia, y esa clave permanece vigente hasta nuestros tiempos. Os invito a leer sus obras y a dejarse animar por su experiencia.