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Navidad no es una fecha sino una persona

1.- Navidad es una buena noticia: “Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en la Buena Nueva” (Mc 1,15). Es una frase en imperativo que inaugura la predicación pública de Jesús pero que puede aplicarse también a su nacimiento. Se trata de una proposición que aspira a situarnos existencialmente en una atmósfera de expectativa: ¿qué esperamos?, ¿qué deseamos?, ¿qué cambios necesitamos implementar?... Porque toda novedad apela a una transformación, al contraste entre algo nuevo y un antiguo estado de cosas, a una sustitución de circunstancias. Toda novedad nos introduce en algo que no estaba antes. Con la novedad el pasado no se elimina, pero deja de ser actual y pasa a formar parte del recuerdo. En Navidad Jesús se nos hace presente y nosotros nos convertimos en sus coetáneos. Cada Navidad nos recuerda que Jesús vuelve a nacer para nosotros y volvemos a ser conscientes de que está a nuestro lado: “Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14).

2.- Navidad es una novedad: “Porque las cosas de antes han pasado. Yo hago que todo sea nuevo” (Ap 21, 4-5). La salvación ofrecida por Dios no es un simple añadido a nuestra vida sino una sacudida. No hay salvación sin desencaje, sin un encontronazo con uno mismo y con la realidad. Podría parecer una paradoja, pero la salvación es una conmoción que nos hace ver y vivir de forma nueva. Celebrar la Navidad es acceder a lo inédito. Porque todo nacimiento es una promesa de un futuro posible, un despertar y un inicio. El nacimiento de Jesús proporciona una integridad absoluta que va del pesebre inicial donde ponen al recién nacido porque no habían encontrado ningún lugar donde hospedarse (Lc 2, 7) hasta el sepulcro donde nadie había sido aún enterrado (Jn 19, 41) ). Una vida, de principio a fin, marcada por la anomalía. Como tanta gente que, hoy, nace y muerte en soledad, olvido y desinterés...

3.- Navidad es un descenso. Es el Hijo que desciende del cielo a la tierra e inicia una vida marcada por sucesivos descensos que simbolizan la existencia errante de quien ocupa el último lugar: se arrodillará ante los discípulos para lavarles los pies, no tiene dónde donde recostar su cabeza... Sólo rechaza descender una vez: cuando, con sorna, le conminan a bajar de la cruz (Mc 15,32). Es el abajamiento, la ocultación, la kénosis: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo: Él, que era de condición divina, no quiso retener celosamente su igualdad con Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando la condición de siervo y haciéndose semejante a los hombres. Siendo humano su aspecto, se humilló y se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Flp 2, 5-8). Haciéndose servidor, Jesús se igualó a los seres humanos. Ésta es la lección de Navidad: el nacimiento sólo es significativo para los más sencillos y pone en guardia a quienes tienen poder o aspiran a tenerlo.

4.- Navidad es un misterio porque en ese recién nacido está la potencia de Dios. En este sentido, Navidad es la búsqueda de las huellas de Dios que podrían pasar desapercibidas: “Entre vosotros está uno a quien no conocéis” (Jn 1, 26). Ese recién nacido es el que esperaban sin saberlo. No hace falta que lo busquen porque es él quien se acerca (Mt 3, 14). Navidad es el símbolo de un encuentro interpersonal, de una interpelación, de una invitación a escuchar: “Yo no echaré fuera a nadie que venga a mí” (Jn 6, 37). Se trata de la llamada a la conversión, al recomienzo, al regreso al origen: “Te lo aseguro: nadie puede ver el Reino de Dios si no nace de arriba” (Jn 3, 3). Todo nacimiento debería ser un renacimiento.

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