Navidad, el imaginario colectivo
En las catacumbas de Santa Príscila, en Roma, se encuentra la que se considera la primera imagen de la madre de Dios (circ. 230 dC): con ella, una figura identificada con Balaam señalando una estrella, “…sale de Jacob una estrella, se levanta un cetro en Israel...” (Nm 24,17); algún autor relaciona la estrella y el cetro con David. En la narración de Balaam encontramos varios referentes simbólicos cargados de significación y algunos de ellos emparentados con las narraciones del Nacimiento: el ángel con una función enunciativa, la burra (la hembra del asno) símbolo de humildad y fortaleza (a pesar de que no siempre su imagen tiene un referente positivo), la estrella símbolo de la realeza y de la divinidad que el cristianismo lo interpreta en clave mesiánica (es la estrella del Benedictus de Lucas), el cetro símbolo del poder real (una realeza que “no es de este mundo”). Los Padres de
En la mitología greco-romana los dioses se trasladan en carruajes suntuosos tirados por animales considerados nobles: caballos, palomos, leones, pavos, caballitos de mar, serpientes con alas, águilas... Jesús entra en Jerusalén encima un pollino (asno joven), un animal con controversia significativa que puede ir del ridículo a la representación de la majestuosidad. Este es el símbolo: la representación de aquello que no es pero sí lo significa, el símbolo captura la realidad diciendo algo de aquello a lo que se refiere. En el cristianismo, la estrella interpretada en sentido mesiánico, en sí misma es un astro pero tiene características que favorecen tal interpretación (luminosidad, presencia en la oscuridad, lejanía-proximidad, visibilidad, misterio...), también tiene unas raíces e historia cultural que hacen que sea algo más que un astro, sin dejar de serlo.
Francesc Camprubí en “El buey y el asno en el pesebre” (RCatT XIV (1989) 441-451), nos habla del sentido de