Miradas que hablan
Las palabras no siempre transmiten lo que siente el corazón. Somos capaces de buscar en las profundidades del pensamiento un montón de palabras nuevas, diferentes, ruidosas, difíciles, bilingües… Todo para intentar dar una imagen que – erróneamente – pensamos que es la que esperan nuestros interlocutores, a partir de una apreciación muy personal, y a la vez frívola, ya que hoy en día parece que es necesario investirse de felicidad e inmunizarse contra la dificultad si no queremos parecer “perdedores”.
Inocentemente creemos en nuestra capacidad de transmitir a través de las palabras. Pero todo nuestro despliegue lingüístico se hunde sin remedio delante de una sencilla mirada que se fija –sin pedir permiso- en nuestros ojos y, sin emplear el alfabeto se da cuenta de nuestro estado de ánimo real, de nuestros sentimientos, aquellos con los que tantas veces luchamos.
Nos vestimos con motes contenidos legales, con proximidades afables, con motes técnicos… pero vacías de significado. En cambio, las miradas interpelan, hablan de emociones, son incapaces de esconder miedos y angustias o disimular alergias y el envoltorio que supone el color o el tamaño de los ojos.
La mirada de quien quiere mirar y descubrir la vida con curiosidad y de quien se siente observado con menosprecio o superioridad; del que ya no sabe cómo expresar la tristeza o el miedo con palabras, pero no las puede esconder mostrándonos su mirada vidriosa llena de desesperada angustia; la mirada llena del que cree en la verdad y del que esconde, nervioso, un grande secreto; miradas de odio, de amor, de compasión.
La mirada del que no tiene techo, del que no quiere ser visto como una tara social; la del joven que no se siente querido; la del niño que ha hecho una travesura y sonríe pidiendo perdón; la del refugiado que huye de su país no queridamente y topa con el muro de la falsa hospitalidad; la de la madre que amamanta amorosamente el hijo recién nacido; la del abuelo que respira experiencia; la del amigo que siempre está ahí; la luz de una mirada próxima que nos acompaña en aquel momento difícil; la mirada de complicidad de quien nos da soporte.
Miradas que gozan hablarnos, simplemente.