La Semana Santa, una experiencia de humanidad y de esperanza
A todos los cristianos, la Semana Santa nos viene a encontrar para introducirnos en el misterio pascual de muerte y de resurrección y ponernos al lado de Jesús en su máxima donación. Lo encontramos acorralado por el sufrimiento, y lo descubrimos en las plegarias de los Salmos: “Hazme justicia, Dios mío, defiende mi causa contra una gente que no quiere” (Sl 43,1). El camino es duro pero Jesús no podría vivir lejos de la voluntad del Padre: “Enséñame a hacer tu voluntad, tu eres mi Dios” (Sl 143,10). Podía clamar también a Dios, en su roca: “¿porqué te olvidas de mí?, ¿porqué he de ir de luto por todos los sitios, oprimido por el enemigo?” (Sl 42,10). Jesús gime con las palabras de un hombre acorralado por el sufrimiento, pero con un corazón que nunca deja de rezar: “enséñame a hacer tu voluntad” (Sl 143,10)
Por otra parte bien cierto es que sus clamos tanto podrían ser del tiempo de Jeremías como del siglo XX. La angustia de Cristo es inseparable de la angustia de la humanidad de todos los tiempos. El Cristo débil de estos días se confunde con muchos otros hermanos de humanidad. Sus palabras también expresan las mismas reacciones que las de cualquier persona delante de la persecución. “Hazme justicia, Dios mío, defiende mi causa contra una gente que no quiere: libérame del hombre perverso y traidor” (Sl 43, 1-2). Los evangelios nos ayudan a captar la grandeza de la donación de Jesús, que llega hasta gritar con toda la fuerza: “Padre, en tus manos confío mi espíritu” (Lc 23,46)
La liturgia de estos días de Semana Santa reproduce, pues, la vibración de los sentimientos de Cristo con palabras de salmos y profetas. Tal como observaba Mn. Joan Bellavista “el objetivo de la Semana Santa es celebrar el misterio pascual de Jesucristo. La liturgia de Semana Santa no es un recuerdo histórico, ni un ritual arcaico por más bonito que sea, ni una simple pedagogía de Iglesia para hacer revivir en los cristianos el recuerdo de unos hechos pasados. La liturgia de Semana Santa, como toda la liturgia de Iglesia, es una acción. El principal actor de esta acción sagrada es Jesucristo, que por ministerio de la Iglesia renueva su misterio pascual.” (cf. Pascua, la gran solemnidad, Cuadernos Phase, 192).
Así como la Pascua antigua nos prometía la entrada en un paraíso, la Pascua nueva nos indica como única meta la alegría del diálogo en el sí del Padre. Así, con la dura etapa de la semana santa, empieza gracias a Jesús la verdadera entrada del pueblo de Dios en la Tierra Prometida, que no es paraíso de delicias terrenales, sino la misma gloria de Dios: “Padre, quiero que los que me has confiado estén conmigo allí donde estoy y vean mi gloria, la gloria que me has dado porque me querías desde antes de crear el mundo.” (Jn 17,24)