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Jesús y las mujeres en los Evangelios (1)

09 de novembre 2015

Se habla mucho del genio femenino en términos de acogida, de ternura, de misericordia. Rasgos que quizás presten más atención a las características femeninas que más se han desarrollado. No niego la veracidad de esta imagen ni su importancia, pero me ha parecido entender que la Biblia arroja más luz sobre el conocimiento de la mujer. 

Y es que las mujeres bíblicas aparecen con apasionamiento, fuerza, valentía, riesgo, astucia, inteligencia, concreción. Ellas no piensan cómo razonar la verdad, en el sentido filosófico, sino que más bien se apasionan por esta verdad, se sienten atrapadas y atraídas, y a partir de aquí, saben qué quieren y no piensan pararse hasta conseguirlo. 

Se trata, claro, de acertar el objeto de deseo, porque también hay mujeres bíblicas que usan su fuerza para hacer daño en el pueblo, como el caso de Dalila o Jezabel, mujeres que se dejan engañar para buscar el interés personal. Pero cuando la mujer se siente atraída hacia el bien de la familia, hacia el bien del pueblo, se convierte en una fuerza potentísima que nadie puede parar. Todos recordamos figuras tan conocidas como Debora, Judit, Jael, Ester, que incluso se atreven a enfrentarse con los enemigos de Israel. Siempre lo hacen de una manera astuta, con seducciones, y con mucho atrevimiento, y consiguen liberarse del miedo porque tienen claro quiénes son y qué significa su ayuda para el bien de todos. Esta es la auténtica maternidad de la mujer.

 

Situación de marginalidad

Es una cosa sabida que el pensamiento judío de la época es de cariz negativo en relación a la mujer. Rabí Simeó ben Jochai llega a escribir en 150: «Todos se alegran con el nacimiento de un barón; todos se entristecen con el nacimiento de una niña.» Esta expresión engloba todos los aspectos de la vida, pero de una manera especial el religioso, cosa mucho más penetrante en una sociedad basada y organizada alrededor de una religiosidad fuerte como la de Israel. 

Las mujeres, por ejemplo, no tenían acceso al estudio de la Torà, que era capital en las sinagogas y el único acceso a la cultura, ni podían participar en el servicio del templo de Jerusalén. Tres veces al día, todo judío piadoso, evidentemente barón, rogaba de la siguiente manera: «Benedito seas tú, Señor, porque no me has hecho gentil, mujer o esclavo.»

Este es el contexto social y religioso en el que vivió Jesús y las primeras comunidades cristianas nacidas del judaísmo. Por eso, cuando los evangelios se atreven a ofrecer una retahíla de figuras femeninas alrededor de Jesús, y aún más, dentro del grupo disciplinar, están siendo arriesgados y valientes. 

El evangelio quiere remarcar, como siempre, la acogida misericordiosa de Jesús hacia los grupos más marginados. Pero las escenas parecen querer ir más allá, parecen querer hacer de las mujeres una personificación de la rotura contra las normas establecidas que la manera de vivir y la maestría de Jesús supone. ¿Por qué, si no, la mayoría de las mujeres que aparecen en los textos evangélicos están en una situación poco convencional, de alguna manera pecaminosa o incluso escandalosa? 

A su situación de inferioridad se añade todavía su irregularidad, que se expresa ya sea en su paganismo (no pertenecientes, por lo tanto, a las prometidas mesiánicas del pueblo de Israel), ya sea, la mayoría de ellas, en su incorrecta situación moral: prostitutas, adúlteras, mujeres con varios maridos, todas ellas en una situación grave en cuánto esto es contrario al comportamiento ético de la Torà y sobre todo de las tradiciones fariseas. Da la sensación que las mujeres están al servicio de una catequesis importante: Dios sorprende al ser humano con sus planes ilógicos, apartados de los convencionalismos o de las normas establecidas. 

Para mostrar este aspecto, en el siguiente artículo (“Jesús y las mujeres en los evangelios 2”) que publicaremos la última semana de diciembre, tomaremos el caso de tres mujeres en situación claramente irregular: una judía impura, una pagana y una explícita pecadora.