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Jesús. fisionomía humana de la misericordia divina

21 de octubre 2015
Mn. Joan Febrer, rector de Ferreries (Menorca)

Miramos a Jesús, nos invita el Papa Francisco en “Misericordiae vultus” de convocatoria del jubileo de la misericordia: "Aquello que movía a Jesús en todas las circunstancias no era otra cosa que la misericordia, con ella abría el corazón de los interlocutores y respondía a sus necesidades más reales". No la observancia de las tradiciones, ni sus intereses particulares, ni el status-quo, ni tampoco la ira divina eran el motor de la acción de Jesús sino el amor misericordioso y compasivo.

El ponente, a lo largo de seis puntos expuso el concepto de misericordia a partir del Evangelio de Lucas del que  destacó algunas características: las fuentes principales, el alejamiento de Parusia, la intencionalidad del autor.

En el marco de la Biblia hebrea (AT), pasó a preguntarse: ¿es el Dios de Israel, tal como el AT nos lo da a conocer, el mismo Dios revelado en Jesucristo? Marció pensaba que no. Y un teólogo actual ha escrito: “Nos resulta incomprensible este Dios extrañamente particularista, por no decir arbitrario y tacaño”. Pero esta no es la única cara revelada de Dios en su pueblo: a Moisés se le mostró como “El Señor Dios compasivo y benigno, lento para el castigo, fiel en el amor (Ex 34,6)”. 

Las palabras de Gregorio del Olmo Lete en “Origen y persistencia del judaísmo”, ponen también luz en este punto: “la historia de Israel, tal y como la configura la visión global de la Biblia es fruto de una incesante dialéctica de salvación-castigo-conversión que interpreta todas sus vicisitudes y comportamientos siempre en la perspectiva del perdón y la misericordia”.

Entre los libros más tardíos, el de la Sabiduría, escrito en contexto helenista y abierto al humanismo de esta cultura, subraya con fuerza la misericordia como atributo de Dios estrechamente vinculado a su poder: “justamente porque lo puedes todo, tienes misericordia de todo el mundo y apartas la mirada de los pecados de los hombres para que puedan arrepentirse” (Sav 11, 23).

Después pasó a citar diferentes fuentes sobre cómo era percibido Dios en el antiguo Israel en el judaísmo contemporáneo de Jesús. Al ser la Torah interpretada según el rigor de muchos de maestros, inevitablemente se tendía a crear, en la vida social, una división entre justos y pecadores, observantes y transgresores, y esto hacía difícil aunar en Dios y en la aplicación de su Ley, justicia y misericordia. Una rígida división dualista que no satisfacía el maestro Hiliolel: "(...) su grito era 'misericordia!' Dios es el Señor de la misericordia abundante" (N.N. Glatzer: "Hillel el sabio")

Llegando finalmente a la visión de Lucas sobre Jesús, puntualizó que su actuación y enseñanzas, según este evangelista, no difieren esencialmente de lo que cuentan Mateo y Marcos. Pero si nos fijamos en el material propio de Lucas veremos como este acentúa el perfil misericordioso de Jesús: el encuentro con el entierro del hijo de la viuda de Naïm (7, 11-16); la pecadora intrusa en casa de un fariseo (7, 36-48); la curación/liberación en sábado de una mujer encorvada (13, 10-17); el leproso samaritano que ha sido salvado (17, 12-19); El encuentro de Jesús con Zaqueo (19, 1-10). Todos estos textos acentúan el perfil misericordioso de Jesús, igual que las enseñanzas contenidas en las parábolas propias de Lucas: la del Buen samaritano (10, 25-37); las parábolas sobre la riqueza (12, 13-21; 16, 1.13 y 16; 19-31) y, especialmente sobre la recuperación de los perdidos (15).

Lucas nos presenta un Jesús orando en muchas ocasiones que nos exhorta a rogar sin desfallecer (18, 1-8); es también un testigo misericordioso a lo largo de su pasión. La originalidad de Jesús no radica tanto en sus palabras sobre Dios misericordioso, que también podemos encontrar aquí y allá en otros maestros de Israel, sino, creo yo, en el Espíritu Santo que le llena y lo guía y, desde el cual, él mantiene una relación filial única con el Padre: Jesús experimenta que el Padre es misericordioso. 

Finalmente, la misericordia de Dios, encarnada en Jesús, no está condicionada por la conducta de los hombres puesto que “el Altísimo es bueno con los desagradecidos y con los malos”. La misericordia se anticipa a nuestra conducta, la supera y lo acompaña. La misericordia de Dios es, en el camino de Jesús, decidida voluntad de salvar todo el mundo. Es la gracia que, como tal, nos iguala a todos ante Dios, puesto que todos tenemos un déficit de justicia a su presencia. Justos y pecadores, puros e impuros, los primeros y los últimos: todos somos agraciados, todos somos iguales. Corresponder es reconocerlo y tratar los otros compasivamente como hemos sido tratados nosotros mismos. Este es el camino de Jesús, el camino de Dios, nuestro camino personal hacia la salvación. Y el camino de la Iglesia si quiere ser reconocida como la Iglesia de Jesús.