Desconocidos en la puerta de casa
Desconocidos en la puerta de casa es el título de uno de los libros de Zygmunt Bauman, que murió hace poco, casi junto con Tzevtan Todorov. Dos grandes humanistas que desde una visión realista y nada optimista de la persona humana han esforzado en un mundo donde la dignidad de las personas, de todas, esté por encima de cualquier otra consideración o ideal. Sin ellos, nos sentimos un poco más huérfanos, con menos luces para esta noche en la que parece que nos vamos hundiendo. Son de lectura obligada. De T. Todorov, recomendaría La Conquista de América. El problema del Otro, un análisis muy lúcido de las diferentes posibilidades en la relación con los demás. Ambos autores, exiliados ellos mismos, han defendido los emigrantes, los refugiados, y coinciden "grosso modo" en la explicación del porqué de la xenofobia, la estigmatización del emigrante, sobre todo de lo que es pobre y de cultura diferente a la nuestra.
Todo indica, que por más muros que levantamos y por más trabas que pongamos, el flujo constante de personas que buscan la oportunidad de tener una vida decente no se detendrá. A menos que corrijamos el fondo del problema: la diferencia del nivel de vida, la brecha salarial entre los países pobres y los ricos. No es sólo una cuestión de poner fin a la guerra de Siria, es una cuestión de política y redistribución mundial. Porque pues, en las elecciones, y en las actitudes y comentarios de muchos de nosotros, se dirige la rabia hacia los refugiados, los emigrantes, en lugar de hacia las raíces de estos movimientos migratorios? Como tal vez que las víctimas del terrorismo, como son los que escapan de la guerra, sean acusados de "terroristas"? Sin duda, la respuesta es compleja y deberíamos tener en cuenta un montón de factores. Tan Todorov como Bauman nos recuerdan que el recurso a cargar las culpas a los emigrantes que "nos quitan el trabajo y la seguridad social", es a menudo un medio cómodo para dejar a la sombra cuestiones difíciles de tratar y solucionar. Es una costumbre humano culpar y castigar a los mensajeros del contenido detestable del mensaje que llevan.
En el caso actual, los refugiados de la guerra de Siria son mensajeros de unas fuerzas globales desconcertantes, inescrutables y espantosas, ante las que nos sentimos impotentes, y en lugar de desenmascarar-las, dirigimos nuestra rabia a los refugiados que son la consecuencia y que tenemos cerca y al alcance. Esta lógica retorcida, la mentalidad que genera, y las emociones que libera, proporcionan unos terrenos altamente fértiles y muy tentadores para los que buscan votosBauman, que por cierto, ya preveía la victoria de Trump en Estados Unidos, nos habla de una nueva clase social emergente, el "precariado", una fusión de la clase trabajadora y la clase media del siglo XX, una clase angustiada, que se siente frágil y con mucho miedo de perder todo lo que han conseguido. Este cada vez más extenso "precariado" tiene una autoestima en caída libre que sólo encuentra un punto de inflexión y de recuperación de un cierto orgullo en un nacionalismo xenófobo, que al menos les permite situarse por encima de la "chusma" de los recién llegados, y en el mito del "hombre fuerte": necesitamos alguien que nos proteja y que nos de alternativas que los sistemas democráticos liberales no nos dan. Todorov insiste en que el miedo a las personas de cultura diferente a la nuestra es casi una constante antropológica: Los extranjeros tienden a causar angustia precisamente porque son desconocidos, y por tanto, son imprevisibles y temibles a diferencia de las personas con las que interactuamos cada día y de las que pensamos que sabemos qué podemos esperar.
Es relativamente fácil, por los políticos que quieren hacer carrera, aprovecharse de estos miedos antropológicas y del "precariado" asociando el problema de la inmigración con un problema de seguridad nacional y haciendo el truco de la "securización": desviar la ansiedad de los problemas que los gobiernos son incapaces de afrontar hacia problemas que ofrecen los políticos la posibilidad de que la ciudadanía los vea.
Es así como poco a poco acabamos haciendo el juego al Estado islámico. Avivar el sentimiento antiislámico hace más fácil convencer y reclutar a jóvenes musulmanes, víctimas de la hostilidad y la discriminación. Cuanto peor sean las condiciones para los jóvenes musulmanes mejor será para la causa terrorista. En muchos barrios de Europa y de países ricos es fácil encontrar familias desestructuradas. Si a esto se junta una televisión encendida todo el día, y una mala escolarización, nace entonces el sentimiento en muchos jóvenes de ser rechazado. Y a este sentimiento responden también con el esquema de "nosotros" y "ellos" integrándose, por ejemplo, a una banda que suelen tener todas la misma cultura básica: menosprecio de la compasión, machismo y culto de la fuerza. Esta banda o grupo fundamentalista les permite autoafirmarse, darse valor y rechazar a su vez a que los desprecian. Si, encima, medios públicos y personas con poder atizan el discurso xenófobo lo tenemos todo a punto por el conflicto entre "nosotros" y "ellos" y para qué El Estado islámico gane terreno.
No hace falta ni siquiera tener una visión angélica del mundo para tomar una posición firme contra los discursos y las actitudes que favorecen la exclusión, ni es suficiente reflexionar un poco y en no querer hacer el juego al Estado islámico. La actitud de Antoine Leiris, que perdió a su mujer en atentado terrorista de la sal Bataclan de París, creo que es más poderosa que muchas medidas de seguridad. Como dice él mismo es más fuerte que todos los ejércitos del mundo: "El viernes por la noche quitó la vida a un ser excepcional, el amor de mi vida, la madre de mi hijo, pero no tendrá mi odio. No sé de dónde sois ni quiero saberlo, sois almas muertas. (...) No os haré el regalo de odiar sesión. Responder al odio con la cólera supondría ceder a la misma ignorancia que os ha convertido en lo que eres. (...) Sólo somos dos, mi hijo y yo, pero somos más fuertes que todos los ejércitos del mundo. De hecho, ya no tengo más tiempo que dedicaros, he reunirme con Melvil, que comienza a despertar de la siesta. Apenas tiene 17 meses, se tomará la merienda, después jugaremos como todos los días, ya lo largo de toda su vida este niño le hará la afrenta de ser feliz y libre. Porque no, tampoco tendrá su odio".
La empatía, la preocupación por el otro, es una característica del ser humano. No hace falta ser un idealista, ni pertenecer a ninguna tradición espiritual concreta para reivindicarla. De hecho, estudios etológicos recientes muestran que tal vez la única diferencia específica del ser humano respecto a los otros simios es nuestra capacidad para ponernos en el lugar del otro. Es esta capacidad la que nos permite desarrollar instituciones o realizar actividades verdaderamente col • lectivas. No obstante, esta experiencia humana de ponerse en el lugar del otro se encuentra con dos límites importantes. Por un lado, el "nosotros" se encuentra frecuentemente confrontado con un "ellos". De hecho, las mayores barbaries en la historia de la humanidad se han hecho siempre en nombre de un "nosotros". Y por otro lado, la determinación de quienes son "ellos" se realiza siempre en términos de culpabilidad y mérito: "ellos" han realizado determinadas acciones que los hacen merecedores de nuestro rechazo y condena y no merecen nuestra compasión y ayuda. El cristianismo no es sólo una crítica radical de esta separación entre nosotros y los otros, ( "Y si hiciereis bien á los que os Hacen bien, ¿qué gracias ternura? Porque també los pecadores Hacen lo mismo", Lucas 23), sino una demostración, a partir de las personas que lo viven, que otro mundo es posible. El Dios cristiano revelado en Jesús hace saltar por los aires todas las consideraciones en términos de mérito, culpa o destino. Superada la barra de medida de los méritos, nadie quizás considerado más digno o indigno por sus actos o ideas, ni ningún límite grupal o nacional puede aprisionar el interés y la responsabilidad por el otro.
El caso es que "nosotros", la gran mayoría de las personas que vivimos en situaciones más o menos acomodadas en comparación con la de los refugiados que ahora tenemos en la puerta de la casa no somos mala gente y bastante quisiéramos que los refugiados y los emigrantes tengan buena vida y buenas oportunidades de trabajo. La mayoría somos personas que no deseamos negar a nadie un futuro mejor. Del mismo modo, creo que la mayoría de las personas que hicieron que funcionara el Reich de Hitler era gente decente que trataban con ternura a sus hijos y que trabajaban duro. Lo que tenemos es miedo, angustia por un futuro poco previsible, el sentimiento de que las cosas van a peor y de que los hijos vivirán peor que nosotros. Esta amalgama de miedo, de angustia, de precariedad y de falta de poder para cambiar las cosas, nos lleva a una dinámica de "nosotros" contra "ellos", el desinterés y la insensibilidad hacia el otro. El Francisco lo expresó muy bien en su discurso en la Isla de Lampedusa:
"Muchos de nosotros, me incluyo yo también, estamos desorientados, no prestamos atención al mundo en que vivimos, ya no somos capaces ni siquiera de custodiar los unos a los otros. Y cuando esta desorientación asume las dimensiones del mundo, se llega a tragedias como la que hemos asistido. [...] ¿Quién es el responsable de la sangre de estos hermanos y hermanas? Nadie! Todos contestamos esto: no soy yo, yo no tengo nada que ver, deben ser los otros, no yo. [...] En el mundo, hoy nadie se siente responsable de esto, hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna; hemos caído en la actitud hipócrita del sacerdote y del servidor del altar, de los que habla Jesús en la parábola del Buen Samaritano: miramos al hermano medio muerto a pie de la calle, quizá pensamos "pobrecito", y continuamos nuestro camino, no es nuestra tarea; y con ello nos tranquilo • Litz, sin problemas de conciencia. La cultura del bienestar nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos hace insensibles a los gritos de los demás, nos hace vivir en pompas de jabón, que son bonitas, pero no son nada, son el espejismo de la futilidad, del provisional, que lleva a la indiferencia hacia los demás, es más, lleva a la globalización de la indiferencia. En este mundo de la globalización hemos caído en la globalización de la indiferencia. Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro, no nos pertenece, no nos interesa, no es cosa nuestra! [...].
Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia del llanto, del "padecer con": la globalización de la indiferencia nos ha tomado la capacidad de llorar! [...] «Adán, ¿dónde estás?", "¿Dónde está tu hermano?", Son las dos preguntas que Dios plantea al comienzo de la historia de la humanidad y que también dirige a todos los hombres de nuestro tiempo: también nosotros ". Nuestra humanidad es frágil, llena de dudas, sufrimientos y claroscuros. Pero siempre podemos encaminarnos, individual y colectivamente, hacia proyectos de convivencia de todos los seres humanos, y desterrar la división, verdaderamente diabólica, de "nosotros" contra "ellos".